El gran robo del tren
“Sabed que vuestro pecado os alcanzará” (Números 32:23, RVR 95).
Uno de los robos más atrevidos de nuestro tiempo fue el Gran Robo al Tren de 1963 en Gran Bretaña. A través de una logística bien planificada, Bruce Reynolds y su banda de ladrones lograron detener un tren del Royal Mail que llevaba dinero en efectivo de bancos de Escocia y de Inglaterra. Al abordar el tren, lo secuestraron y obligaron al conductor a detenerlo en un lugar donde pudieron descargar los sacos, que contenían el equivalente a 56 millones de dólares en la economía actual. La mayoría de los asaltos a trenes ocurrían en la época del viejo oeste, con ladrones que perseguían los trenes a caballo. Esta vez, no. Sorprendentemente, la banda de quince miembros desapareció, dejando un rastro de preguntas sin respuesta. ¿Quiénes eran estos hombres? ¿De qué modo lograron el robo del siglo sin usar una sola pistola? ¿Cómo escaparon?
Al principio, la policía estaba completamente perpleja, abrumada por la asombrosa cantidad de dinero en juego, así como por la falta de pistas creíbles. Pero, a los pocos días de iniciada la investigación, una pista anónima los condujo a una granja cercana al lugar del robo. La banda había utilizado el lugar como escondite, y le habían pagado en efectivo a un hombre para que limpiara la granja de cualquier evidencia de su estadía. El hombre aceptó de buen agrado el dinero, pero los traicionó. Dejó muchas pistas reveladoras de su presencia, como un tablero de juego del Monopoly cubierto con sus huellas dactilares. La investigación se desarrolló rápidamente y un miembro de la banda tras otro fue esposado. Doce de los quince ladrones fueron condenados a prisión en este día de 1964, con penas que sumaban más de 300 años de cárcel. Reynolds, considerado el cerebro del atraco, evadió la detención durante unos años pero, finalmente, fue llevado ante la justicia en 1969. Los años posteriores al robo fueron tumultuosos para estos hombres. La mayoría languideció en la cárcel, mirando todos los días las mismas paredes monótonas. Otros escaparon, solo para ser recapturados. Los que no fueron capturados se vieron obligados a mirar constantemente por encima del hombro, viviendo con el temor constante de ser capturados. ¿Valía la pena el dinero? ¿De verdad era gratificante cambiar su libertad por bolsas y bolsas de dinero?
Cuando conozcamos realmente a nuestro Creador y la asombrosa libertad que nos ofrece, lo último que querremos hacer será poner en peligro esa libertad, que solo llega a través de la amistad con él. Viviendo en la confianza y la seguridad que él nos proporciona, nunca tendremos que experimentar la verdad de que nuestros pecados nos alcanzarán.