Un cordón azul
Habla a los hijos de Israel y diles que se hagan unos flecos en los bordes de sus vestidos, por sus generaciones; y pongan en cada fleco de los bordes un cordón de azul. Números 15:38.
Una de las normas más curiosas del Pentateuco sobre la santidad tiene que ver con una marca en el vestir. No hay ninguna duda de que la ropa presenta una identidad, y a su vez, una diferenciación de los demás. Esa función estética se convirtió en un símbolo en la Biblia. Poner un cordón azul en los bordes de las túnicas y los mantos era mucho más que una moda, era muestra de compromiso.
Hoy, en la fascinación por los deportes, se suele ver a multitudes ataviadas con las estéticas de sus equipos; son sus colores, los de la tribu a la que se asimilan. En Números 15:37 al 41, Dios se adelanta a cualquier tendencia de la moda y propone que su gente ponga en el extremo de sus atuendos una franja con un cordón azul, algo bien celeste. El objetivo era, como indicaba previamente, simbólico. Recordar quiénes eran, y no detenerse a mirar o a pensar en nada que los separase de su relación con Jehová. ¡Qué interesante! No digo que vayamos colocando tiras de azul en nuestra ropa, pero sí trocitos de cielo en nuestra vida. Hemos de recordar quiénes somos, y no detenernos a mirar o a pensar en lo vano, en aquello que nos aleja de la existencia plena. Es más, hemos de exponer nuestros “colores” a las personas que nos rodean. Así fortaleceremos nuestra identidad y ayudaremos a otros a sentirse más cerca de Dios.
El texto concluye de forma magistral: “Yo soy Jehová, vuestro Dios, que os saqué de la tierra de Egipto para ser vuestro Dios. Yo soy Jehová, vuestro Dios”. Eso sí que es un cordón azul para cualquier mensaje a un creyente. Dios comienza con nosotros. Participa de las historias de nuestra vida liberándonos de todo tipo de esclavitud porque es nuestro Dios. Y Dios llega hasta el final con nosotros. ¿Quién como él? ¿Dónde podemos encontrar tanto interés, tanto cariño, tanto compromiso, tanta vida? Lo tengo bien claro, si hubiera sido un escriba bíblico habría registrado, sin dudar en absoluto, que cada uno de esos versículos esconde un mensaje fascinante, vivificante, santificador.
Estoy más que seguro de que si Dios estuviera comentándoles estas breves propuestas, los miraría a los ojos y les susurraría con una infinita sonrisa: “Yo soy Jehová, su Dios”.