Roe versus Wade
“Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida” (Juan 14:6, RVR).
Los bebés son las criaturas más preciosas de toda la creación de Dios. Nacen con mucho dolor, son totalmente indefensos, y hacen que nuestros días estén increíblemente ocupados y también nuestras noches; y sin embargo, los amamos con la ternura que Dios pone en nuestros cálidos corazones. Los pequeños ojos que nos miran mientras comen; el aroma de su piel suave; su quejido cuando tienen hambre; su llanto penoso cuando tienen miedo o se sienten solos; todo hace que siempre tengamos presente a esa frágil criatura que llamamos bebé.
Desgraciadamente, las vidas que Dios regala tan milagrosamente se apagan, a menudo, mucho antes de tiempo. A esto lo llamamos aborto, y debe causar un dolor inconmensurable a nuestro Padre celestial.
El 22 de enero de 1973, al fallar en el caso Roe vs. Wade, la Corte Suprema de los Estados Unidos tomó la decisión de que el aborto era legal. ¡Qué tragedia! Desde entonces hasta el momento en que escribo esta lectura devocional, se estima que los médicos estadounidenses han realizado casi 60 millones de abortos. Eso significa, aproximadamente, 1,3 millones al año o 3.500 por día. El 86 % de las mujeres que abortan son solteras y el 10 % son adolescentes. Lamentablemente, cerca del 30 % de los abortos se los realizan mujeres que ganan menos de 15.000 dólares al año. Lo más probable es que, en muchos casos, no puedan permitirse visitas regulares a un médico que les ayude a cuidar de su bebé por nacer. Pero una de las estadísticas más tristes es que más del 90 % de los abortos se producen por razones sociales: se verá mal que la familia acepte al bebé, cuidar al bebé requerirá demasiado tiempo, la joven no quiere renunciar a su carrera, etc.
Es increíble que, en un país que dice valorar tanto la vida, se permita que ocurra esto y que no se defienda a los bebés no nacidos. En tiempos pasados, las muertes infantiles eran un hecho común. Todavía en 1900, uno de cada cuatro bebés moría por complicaciones en el parto, o por una infección durante o después del parto. Y luego, antes de que los niños alcanzaran los diez años, uno de cada cuatro moría por enfermedades fatales de la época. Hoy esas cifras son mucho, mucho más bajas. Ahora solo uno de cada cien bebés muere al nacer. Pero, aquí estamos, hablando de una nación próspera y médicamente desarrollada, que ha reducido la tasa de mortalidad de bebés de veinticinco a uno cada cien y, sin embargo, la muerte por aborto inducido es más común que nunca.
Jesús dijo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida”. Él es nuestra única fuente de esperanza y paz en este mundo pecador. ¿Por qué no te comprometes hoy a proteger el carácter sagrado de la vida humana?