Sábado 24 de Septiembre de 2022 | Matutina para Adultos | “Tú eres Dios que ve”

“Tú eres Dios que ve”

“Sarai, mujer de Abram, no le daba hijos; pero tenía una sierva egipcia que se llamaba Agar. Dijo Sarai a Abram: ‘Ya ves que Jehová me ha hecho estéril; te ruego, pues, que te llegues a mi sierva, y quizá tendré hijos de ella. Atendió Abram el ruego de Sarai” (Génesis 16:1, 2).

Diez años habían pasado, y la promesa a Abram de que tendría un hijo no se había cumplido. Entonces Sarai, que era estéril, le propuso a su esposo que se uniera a Agar, su sierva, para que así naciera el heredero por tanto tiempo esperado.

La propuesta de Sarai a Abram tenía antecedentes “legales” en la cultura de aquel tiempo, pues se sabe que una esclava dada a la esposa era su propiedad personal. Como tal, podía entregarla como “esposa secundaria” a su marido para que tuviera hijos por ella. Este arreglo no se podía llevar a cabo sin el consentimiento de la esposa. Un ejemplo concreto que arroja luz sobre este tipo de uniones lo provee un antiguo texto del segundo milenio a.C., descubierto en la ciudad de Nuzi, que dice: “Kelim-ninu ha sido dada en matrimonio a Shennima […]. Si Kelim-ninu no tiene (hijos) Kelim-ninu adquirirá una mujer de la tierra de Lullu como esposa para Shennima, y Kelim-ninu no podrá echar al descendiente” (Génesis: En el principio, p. 69).

Aunque era “legal”, la propuesta de Sarai evidenciaba falta de fe en la promesa divina. Agar, “al ver que había concebido, miraba con desprecio a su señora” (Gén. 16:4). Sarai, por su parte, arremetió contra Agar, y el resultado fue una batalla campal en la que la sierva llevó la peor parte. “Como Sarai la afligía, Agar huyó de su presencia” (16:6).

Sola y embarazada, Agar fue a parar al desierto. Pero hasta allá fue el ángel de Jehová, para comunicar a la esclava fugitiva que debía regresar a casa de Sarai, y someterse a su autoridad. Y luego añade: “Estás embarazada, y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Ismael, porque el Señor ha escuchado tu aflicción” (vers. 10, 11, NVI).

No puedo imaginar la alegría de Agar al comprobar que el Dios de Abram era también su Dios. Un Dios que no solo veía su aflicción, sino además escuchaba su clamor. Entonces llamó a Dios por un nombre. ¿Sabes cuál fue ese nombre? “Tú eres el Dios que ve” (vers. 13).

¡Bendito sea Dios! ¡No importa donde estemos hoy, sus ojos estarán sobre nosotros!

Dios de Abram, de Sarai, de Agar: gracias porque hoy tus ojos estarán sobre mí, y tus oídos permanecerán atentos al clamor de mi corazón.

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