El Día de la Expiación – parte 2
“Así el sacerdote […] hará expiación por el santo santuario; hará expiación por… los sacerdotes y por todo el pueblo de la asamblea” (Lev. 16:32, 33, NBLA).
Una cabra balaba en el patio del Tabernáculo, pero antes había dos. Moisés dijo que una era para el Señor y la otra para alguien llamado Azazel. Aarón sacrificó una de las cabras y un toro como ofrendas por el pecado. Pero ¿de qué sirve una ofrenda si no está destinada a alimentar a Dios? Simrón sacudió la cabeza en señal de desconcierto.
Él tenía una idea de lo que era el pecado, pero ¿qué tenía eso que ver con las ofrendas? Pecar era actuar mal, pero ¿acaso a Dios le importaba eso? Los dioses egipcios o los mesopotámicos no se preocupaban por lo que hacían sus adoradores, o por la forma en que vivían, siempre y cuando alimentaran a las deidades, las vistieran, lavaran sus imágenes de culto y mantuvieran sus templos. Mientras las personas actuaran como buenos sirvientes, a los dioses no les importaba su comportamiento fuera del servicio religioso.
La multitud de israelitas que se encontraba fuera del Tabernáculo estaba inquieta. ¿Seguía Aarón rociando sangre en el propiciatorio del arca del pacto, que estaba ubicada en el Lugar Santísimo, tal como Moisés les había explicado que haría? Aarón creó una nube de incienso a su alrededor antes de entrar al Lugar Santísimo; de esa manera no vería a Dios y estaría protegido de morir. ¡Más extraño todavía! Los sacerdotes egipcios podían mirar a sus dioses cada vez que quisieran.
Moisés explicó que Aarón estaría limpiando el Santuario de la contaminación. Simrón entendía eso, ya que los egipcios también limpiaban sus templos de la contaminación ritual. Pero Aarón, como sumo sacerdote, estaría haciendo más que limpiar el Tabernáculo: también estaría limpiando al pueblo de Israel de sus pecados. En Egipto no se hacía nada de eso.
¿Qué clase de deidad era esta que se preocupaba tanto por sus adoradores como para hacer algo para remediar sus fallas? Nunca había conocido a un dios así. Después de todo, ¿qué señor se preocuparía por prestar atención a los detalles de sus sirvientes, a menos que fuera vigilar que hicieran bien su trabajo? Pero el Dios de Israel se preocupaba por su pueblo, por cada hombre y cada mujer, todo el tiempo. Quería que hicieran lo bueno. Y si en algún momento se equivocaban y actuaban mal, tenía una forma de lidiar con eso para remediarlo. Y eso era precisamente lo que estaba haciendo Aarón en ese preciso momento, en el Día de la Expiación.
GW