Sábado 30 de Julio de 2022 | Matutina para Adultos | No hay perdedores

No hay perdedores

Él nos salvó, no por nuestras propias obras de justicia, sino por su misericordia” (Tito 3:5, NVI).

Un día, Bill Hybels, pastor y autor, se encontraba en las costas del Lago Míchigan cuando sintió el vivo deseo de visitar el campamento donde, siendo un adolescente, entregó su corazón a Jesús (Just Walk Across the Room, pp. 11-16.). Después de todo, el lugar estaba a solo unos 16 kilómetros. Entonces llamó a la única compañía de taxis del pueblo. La respuesta fue negativa: no lo llevarían al lugar, aunque pagara más dinero. Desesperado, Bill preguntó a la secretaria si sabía de alguien que pudiera ayudarlo. Ahora la respuesta fue afirmativa. Se trataba de un hombre que haría cualquier cosa con tal de ganar un dinerito.

Unos 25 minutos después, el “taxista” apareció: de chabacana apariencia, su cuerpo cubierto de tatuajes, manejando una camioneta que casi se desbarataba con el movimiento. Cuando llegaron al campamento, Bill le pidió al conductor que lo esperara unos minutos. En solo momentos, Bill divisó el lugar de su conversión. Tenía 17 años. Caminaba de regreso a su cabaña, a eso de las 9 de la noche, cuando llegaron a su mente las palabras de Tito 3:5: “Él nos salvó, no por nuestras propias obras de justicia, sino por su misericordia”. Desde niño, Bill se había aprendido ese texto de memoria, y esa noche lo escuchó con fuerza poderosa. Pero también había aprendido que en la vida nada es gratis. Entonces se preguntó: “¿Podría ser que Dios se interese personalmente en mí, y me salve solo por su misericordia?”. Aquella noche, por primera vez entregó su corazón a Cristo.

Ya de regreso en el “taxi”, el hombre le preguntó qué había ido a hacer a la montaña. Bill le contó toda la historia de cómo justo en ese lugar le había entregado su vida a Cristo.

–¿Cómo es que algo así puede ocurrir? –preguntó, con curiosidad.

En los términos más sencillos, Bill le presentó el evangelio de Jesucristo.

Después de un largo silencio, el hombre habló.

–Pero yo soy un perdedor. ¿Puede algo así sucederle a alguien como yo?

Cuando Bill le explicó que ante los ojos de Dios no hay perdedores, y que Jesús está anhelando perdonarlo y salvarlo, el hombre respondió:

–¡Nunca imaginé que este día podría terminar así! Gracias por decir las cosas que dijo de mí. […]. Creo que este fin de semana voy a ir a la iglesia.

Gracias, bendito Dios, porque tu misericordia se extiende a todo ser humano, incluyendo a los que se creen indignos y perdedores.

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