Livingstone vuelve a Inglaterra
“Por tanto, vayan y hagan discípulos en todas las naciones […]. Enséñenles a cumplir todas las cosas que les he mandado. Y yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:19, 20, RVC).
El 9 de diciembre de 1856, el misionero más famoso de África regresó a Inglaterra para su primera visita. ¿Su nombre? David Livingstone. ¡Y en qué celebridad se había convertido!
Cuando tenía solo diez años, David empezó a trabajar en las fábricas de algodón de Inglaterra, pero pasaba las tardes en la escuela nocturna. Tenía su corazón puesto en ser un médico misionero en China. Entonces, escuchó a un misionero hablar sobre “el humo de mil aldeas donde nadie había escuchado aún la historia del evangelio”, y David decidió entregar su vida por África.
Cuando Livingstone llegó a África, tenía 25 años. Pronto descubrió que ser misionero en el interior de África en el sentido habitual era casi imposible. No había mapas de la zona y tuvo que luchar contra enemigos de todo tipo: desde moscas y mosquitos chupasangre hasta leones y traficantes de esclavos. La vida de Livingstone se volvió miserable. Los insectos transmitían la malaria y la enfermedad del sueño, y él temía por su vida a causa de los leones salvajes. Un día, un león herido atacó a Livingstone, abriéndole el brazo de un mordisco y rompiéndole el hueso. Estuvo a punto de morir por la infección.
Pero la ignorancia y la superstición, y la inhumanidad del hombre hacia el hombre eran los peores horrores de África; y contra ellas luchó
Livingstone la mayor parte de su tiempo. Su contienda contra los bóers holandeses que esclavizaban a los africanos se convirtió en una pesadilla. Los bóers le robaron, destruyeron su casa y amenazaron su vida en repetidas ocasiones. Durante un viaje de siete meses al interior para ayudar a terminar con la trata de esclavos, sufrió 31 ataques de fiebre y disentería; fue testigo de los horrores de la poligamia, el canibalismo y la esclavitud; vio familias desintegradas y bandas de esclavos encadenados. Vio los cadáveres de esclavos desafortunados que habían muerto: sus cuerpos yacían al borde del camino, colgaban de los árboles y flotaban en el río.
El deseo de David Livingstone de ser misionero provenía de su amor a Dios y de su esperanza de ver algún día toda África liberada de las garras de la esclavitud terrenal y espiritual. Su trabajo contribuyó a que los peores días de la trata de esclavos terminaran. Y el reto de Jesús de ir a todo el mundo y predicar el evangelio era exactamente lo que Livingstone vivía; y al final, gustosamente, dio su propia vida por ello.