¡Sí, quiero!
“De repente, un leproso se le acercó y se arrodilló delante de él. —Señor —dijo el hombre—, si tú quieres, puedes sanarme y dejarme limpio” (Mat. 8:2, NTV).
Lo único peor era morirse. Comenzabas por perder la sensación en algunas partes de tu cuerpo. Luego, los músculos se atrofiaban y los tendones se contraían, haciendo que tus manos parecieran garras. Las ulceraciones conquistaban cada centímetro de tu piel, hasta que los dedos comenzaban a caerse. La lepra también cercenaba tu lugar en la comunidad; te aislaba de tu familia y de tus amigos.
¡Realmente no había una enfermedad peor! En los tiempos de Jesús, algunos rabinos se ufanaban de lo mal que trataban a los leprosos. Les tiraban rocas cuando los veían, y se negaban a comprar comida en el mercado si un leproso estaba cerca. Es en este contexto cultural que un leproso se atrevió a acercarse a Jesús y decirle: “Señor, si tú quieres, puedes sanarme y dejarme limpio” (Mat. 8:2, NTV). ¡La respuesta de Jesús fue todavía más asombrosa! Jesús extendió la mano y tocó al hombre. ¿Quién sabe cuántos años habían pasado sin ningún tipo de contacto físico? Luego, Jesús dijo: “¡Sí, quiero!” y lo sanó de su enfermedad.
Esta historia ilustra el arrepentimiento de la manera más bella. Arrepentirse es correr hacia Jesús con nuestra enfermedad. Es caer de rodillas, confesando que él tiene el poder para limpiarnos. Pero, sobre todo, es recibir su toque y sus palabras sanadoras. “¡Sí, quiero!” dice Jesús, como tomando los votos matrimoniales. Sí, quiero. Quiero recibirte sucia, enferma y deprimida. Sí, quiero. Quiero sanarte y restaurarte. ¡No esperes más! No dejes que nadie te detenga. Ven a mí, porque yo sí te quiero.
No debemos limpiarnos primero, ni sanar primero, ¡ni siquiera arrepentirnos primero! Primero debemos ir a Cristo. En Ser semejante a Jesús, Elena de White nos recuerda que si los pecadores “se pudieran arrepentir sin ir a Cristo, también podrían salvarse sin Cristo. […] No somos más capaces de arrepentirnos sin que el Espíritu de Cristo despierte la conciencia, de lo que podemos ser perdonados sin Cristo” (como fue publicado en The Review and Herald, el 1º de abril de 1890). Primero, vamos a Cristo. Entonces, su amor nos conduce al arrepentimiento. Él nos recibe, nos abraza y dice: “Sí, quiero. Sé limpia”.
Señor Jesús, te agradezco porque puedo acercarme a ti tal como soy. Confieso que tienes el poder para limpiarme de mi egoísmo, de mi autosuficiencia y de todos mis pecados. Te ruego que extiendas tu mano, toques mi frente y digas: “Sí, quiero. Sé limpia”.
Amén
Amén, es una linda experiencia de amor, si quiero, Amén