La cruz roja
“Por tanto, es necesario que con más diligencia atendamos a las cosas que hemos oído, no sea que nos deslicemos” (Hebreos 2:1).
El capítulo 2 de Hebreos advierte contra la negligencia o la desviación de la fe. El mensaje de la salvación fue predicado por el mismo Señor y por sus apóstoles, y confirmado por muchas maravillas y milagros.
Pablo enfatiza que Cristo es soberano, que creó todas las cosas, que cuida de todos y tiene una misión para cada uno. Sin embargo, para llevar adelante el plan de salvación, se sometió a la voluntad del Padre, haciéndose un poco menor que los ángeles. La rebelión contaminó a todas las personas con el virus del pecado. Solo Cristo podía salvarnos, no en nuestros pecados, sino de nuestros pecados. Él espera que cada día nos distanciemos del pecado y nos acerquemos a él.
Jean-Henry Dunant es considerado “el padre de la Cruz Roja”. Nació en 1828 en Ginebra, Suiza, en el seno de una familia de buena posición económica. De joven participó en una organización conocida como la “Liga de los Donativos”, para apoyar a enfermos, pobres y presos. En la batalla de Solferino, cuando el personal profesional no daba abasto para atender a los heridos, Dunant ayudó mucho a aliviar el dolor y el sufrimiento. Luego de eso, él tomó la iniciativa para que todos los países entrenaran y organizaran voluntarios para ayudar a atender a los heridos combatientes de guerra. Así, fundó la Cruz Roja.
El gran apoyo inicial que tuvo la organización se fue diluyendo. Dunant perdió sus bienes y vivió de manera precaria. En 1901 le concedieron el Premio Nobel de la Paz junto al francés Frédéric Passy. “No hay hombre que más merezca esta honra, por haber establecido esta organización internacional para confortar a los heridos en el campo de batalla”, dijeron justificando el reconocimiento.
Qué decir de aquel que no se rindió ni quiso dejar que los heridos por el pecado perecieran en el campo de batalla. Qué decir de aquel que se hizo pobre para que fuésemos ricos en él. Qué decir de aquel cuyo premio será ver a todos los heridos rescatados y redimidos para siempre ingresando en la Eternidad.
Dunant fundó la Cruz Roja, pero la Cruz de Cristo quedó roja por su sangre. En realidad, esa sangre debería haber sido la nuestra.