Colosas o colosal
“Pablo, apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, y el hermano Timoteo, a los santos y fieles hermanos en Cristo que están en Colosas: Gracia y paz sean a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo” (Colosenses 1:1, 2).
Pablo se consideraba el padre espiritual de los cristianos de Colosas. En general, en esta carta, Pablo refuta el legalismo judaizante, pero enfrenta también ciertos elementos paganos que buscaban degradar o eclipsar el ministerio de Cristo.
En el capítulo 1 hay cuatro secciones. En la primera, Pablo felicita a los hermanos de Colosas por la fe que tienen en Cristo, y cómo esto se demuestra en el amor que ellos manifiestan. Un detalle importante: El misionero Epafras tenía un papel importante en eso; fue él quien enseñó a los hermanos de Colosas los rudimentos de la fe cristiana.
En la segunda sección del capítulo, Pablo ora por los hermanos, para que sean fortalecidos en Cristo.
En la tercera sección, Pablo exalta la divinidad de Cristo: él es plenamente Dios, nos redimió, nos reconcilió con Dios y es la Cabeza de la iglesia.
En la cuarta sección, Pablo recuerda que es ministro instituido por Dios y su papel es colaborar a fin de que los hermanos sean presentados maduros ante el Padre.
Pablo había establecido a Éfeso como el centro de sus actividades misioneras durante unos tres años. Por la pasión que siempre caracterizó sus movimientos evangelizadores hizo que Lucas declarara que todos los que habitaban en Asia, judíos y griegos, oyeron la palabra del Señor Jesús (Hech. 19:10) y hasta Demetrio afirmaba que Pablo había predicado en casi toda Asia con mucha persuasión apartando a muchos del paganismo (Hech. 19:26).
Se cree que dos colosenses alcanzados por el evangelio en Éfeso, Epafras y Filemón, llevaron el mensaje a Colosas. Por lo tanto, aunque Pablo pudo no ser el fundador de la iglesia de Colosas, fue, en sentido muy real, su padre.
Colosas había sido una ciudad colosal, extremadamente grande y extraordinaria en el pasado. El mensaje llegó a los colosenses para que estos no permanecieran como cristianos inferiores, sino que llegaran a ser colosales, extraordinariamente grandes por la plenitud de la divinidad, la redención y la reconciliación obrada por el único Grande de verdad: nuestro Señor Jesucristo.
Él nos hizo colosales y el pecado nos dejó en Colosas, pero la obra de Cristo en nosotros nos restaura a nuestro estado original; hoy, a través de la fe, y en breve de manera plena y definitiva por la eternidad.