Viernes 25 de Noviembre de 2022 | Matutina para Adolescentes | No podemos olvidar

Viernes 25 de Noviembre de 2022 | Matutina para Adolescentes | No podemos olvidar

No podemos olvidar

“Y él por todos murió, para que los que viven yano vivan para sí” (2 Corintios 5:15, RVR 95).

Una multitud, estimada en 800.000 personas, permaneció en silencio mientras el féretro, envuelto en la bandera y acomodado en un carro de combate tirado por seis caballos grises, pasaba por allí en camino al Cementerio Nacional de Arlington. La banda de los marines marchaba con valentía, la bandera nacional ondeaba ligeramente por delante del cajón, la bandera presidencial por detrás. Un caballo sin jinete le seguía, haciendo cabriolas. La viuda caminaba a paso ligero detrás del cajón, con sus cuñados a ambos lados, encabezando la más distinguida compañía de dignatarios jamás reunida en la historia de los Estados Unidos, presente en honor de su joven esposo. Luego, seguían los representantes del mundo, una falange dispuesta en el orden alfabético de sus países.

En este día de 1963, el presidente de los Estados Unidos fue enterrado con una salva de 21 cañonazos y tres salvas de mosquete. Mientras una corneta tocaba “Taps”, los restos de John F. Kennedy fueron bajados a la tumba. Fue el último acto formal de la tragedia que había comenzado en Dallas, Texas, tres días antes.

Y después de las oraciones del servicio fúnebre, no quedó nada más por decir, pero se escuchó el eco del desafío de su discurso inaugural que está grabado sobre su tumba:

“En la larga historia del mundo, solo a unas pocas generaciones se les ha concedido el papel de defender la libertad en su hora de máximo peligro. La energía, la fe, la devoción que aportamos a esta empresa iluminará a nuestro país y a todos los que lo sirven, y el resplandor de ese fuego puede realmente iluminar el mundo”.

Hace mucho tiempo, otro Hombre fue asesinado, no por una bala de rifle, sino por crueles clavos que atravesaban sus manos extendidas. Tres días más tarde salió de su tumba, brillante y poderoso, con mucho más que decir; y su desafío aún resuena a través de los siglos: “Recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hech. 1:8, RVR).

Y antes ya había prometido: “Vendré otra vez, y los llevaré conmigo, para que donde yo esté, ustedes también estén” (Juan 14:3, RVC). ¡Vaya! ¡Qué frase! ¡Qué epitafio! ¡Qué promesa!

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