Viernes 26 de Noviembre de 2021 | Matutina para Adultos | ¡Seamos vencedores!

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¡Seamos vencedores!

“No tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (Hebreos 4:15).

Si Jesús no tenía inclinaciones pecaminosas como nosotros, ¿cómo puede Pablo decir que fue tentado en todo según nuestra semejanza? ¿Fueron sus tentaciones iguales a las nuestras o tuvo ventajas? Es imposible que Jesús haya sido tentado con las tentaciones de todos y de todas las épocas. Por otro lado, era innecesario que Jesús sufriera cada tentación que sobreviene a cada persona. Jesús tenía que vencer donde Adán cayó, tal como lo expresa Elena de White: “En nuestra humanidad, Cristo había de resarcir el fracaso de Adán” (El Deseado de todas las gentes, p. 91).

Si Jesús no tenía tendencias hacia el mal, ¿cómo es que podría haber sido tentado como nosotros? En tanto el diablo apela a nuestras malas inclinaciones, en Jesús apelaba a sus buenas inclinaciones. Apelando a las cosas nobles, el diablo intentaba desviar a Jesús del plan de Dios.

Analicemos brevemente las tres tentaciones de Jesús. La esencia de la primera fue la independencia, en la segunda la superdependencia y en la tercera la adoración.

Por ejemplo, cuando negamos a Dios para ganar nuestra subsistencia, estamos cediendo a la tentación de un andar independiente. Cuando esperamos recibir las bendiciones de Dios sin hacer nuestra parte, cedemos a la tentación de un caminar hiperdependiente. Cuando cambiamos nuestra lealtad a Dios por placer o poder cedemos a la tentación de una falsa adoración. 

Las tentaciones de Jesús excedieron las nuestras. Su tentación fue usar su divinidad en beneficio propio para resistir los ardides de Satanás. En esencia, la principal tentación para Cristo fue la misma de todos nosotros: el deseo de andar solo y depender de uno mismo, en lugar de depender del poder divino.

Por todo esto, él puede (y quiere) simpatizar, sufrir y padecer junto con nosotros porque sufrió nuestras debilidades en su propia naturaleza humana, pero sin pecar. Por tal razón es nuestro Sumo Sacerdote y Representante ante el Padre. Por eso, Pablo dice que podemos ser más que vencedores (Rom. 8:37).

Jesús venció en el desierto, mientras que Adán pecó en el Paraíso. No se vence con lo que me parece, sino con un “Escrito está”. “Cada hombre puede vencer como Cristo venció” (Elena de White, Mensajes selectos, t. 3, p. 154).

¡Seamos vencedores!

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