Desastre en el transbordador espacial
“Cuando contemplo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que allí fijaste, me pregunto: ‘¿Qué es el hombre, para que en él pienses? ¿Qué es el ser humano, para que lo tomes en cuenta?’ ” (Salmo 8:3, 4, NVI).
Un día como hoy, en 1986, el transbordador espacial Challenger explotó a los 73 segundos de su despegue y cayó en llamas frente a la costa de Florida. Fue el peor desastre espacial de la historia. Murieron los seis astronautas a bordo: Michael Smith, Ronald McNair, Francis Scobee, Ellison Onizuka, Gregory Jarvis y Judith Resnik. Además, también falleció Christa McAuliffe, una profesora de Nueva Hampshire que había ganado un concurso para convertirse en la primera ciudadana común en volar al espacio. La mañana del lanzamiento había sido fría, tanto que las juntas tóricas de los propulsores de combustible sólido del transbordador se rompieron, y eso permitió la salida de gases explosivos.
¡Qué tragedia para la tripulación y sus familias! Y también para el programa espacial. Ya era bastante difícil recaudar dinero para financiar la investigación y la exploración del espacio, pero un desastre como este podría haber paralizado, o incluso cerrado definitivamente, el programa. Algunos pensaron que la tragedia era el resultado de ignorar lo obvio: estamos destinados a vivir en la Tierra, y no en el espacio exterior. Según ellos, si se ampliaban los límites de la exploración espacial, solo se producirían más desastres. Pero prevalecieron las personas con pensamientos opuestos a este y, tras un tiempo de luto, el programa espacial de los Estados Unidos volvió a ponerse en marcha. La mayoría llegamos a creer que las vidas de esas queridas personas no fueron sacrificadas en vano. Desde entonces, la NASA completó 110 misiones, casi todas exitosas. Y desde el comienzo del programa, en 1981, hasta su cierre, en 2011, lanzó 135 misiones.
Dios amaba a cada uno de esos astronautas. Se acordó de ellos, como dijo David, y se acuerda de nosotros, sin importar la cantidad de cosas malas que nos pasen. Un día muy cercano, Cristo nos llevará a todos en un viaje por el espacio, pasando por estrellas brillantes y planetas anillados, hasta nuestro hogar celestial. Cuando los desechos espaciales, el polvo lunar y los cometas pasen por delante de nosotros, no tendremos que preocuparnos ni un poco por las juntas tóricas agrietadas, los pernos sueltos o los cables defectuosos. Ni siquiera necesitaremos trajes espaciales con suministro de oxígeno. Volaremos con el Creador del universo, el Iniciador de la vida.
El mismo Creador que nos guiará a través de las constelaciones está atento a ti en este mismo día, en este mismo momento. Está pensando en ti. Aunque ahora no puedas verlo, una gran sonrisa se dibuja en su rostro al darse cuenta de que tú también piensas en él.