¡Que vivan los novios!
“Sucede lo mismo con nosotros. Ahora vemos todo como el reflejo tenue de un espejo oscuro, pero cuando llegue lo perfecto, nos veremos con Dios cara a cara. Ahora mi conocimiento es parcial, pero luego mi conocimiento será completo. Conoceré a Dios tal como él me conoce a mí” (1 Cor. 13:12, PDT).
La organista comienza a tocar la “Marcha Nupcial”. La pequeña iglesia desborda de invitados expectantes y del perfume de los arreglos florales. La novia da el primer paso sobre la alfombra blanca, irradiando belleza. Su peinado y su vestido son exquisitos, pero lo más hermoso es su sonrisa. De pronto, ella se detiene horrorizada. Allá adelante, donde debería estar parado el novio esperándola, hay un espacio vacío. ¿Dónde está el novio? ¡La boda no puede continuar sin él! Imaginarnos un cielo sin Dios sería tan ridículo como una boda sin un novio. Lo mejor del cielo será disfrutar de su presencia.
Hace unos días, hablaba con una amiga que pasó por la dolorosísima experiencia de perder a tres bebés. Ella me dijo que encuentra solaz en Dios, pero que le gustaría que Dios la abrazara. ¡Ella está añorando el cielo! Está deseando poder verlo cara a cara y tener una relación sin obstáculos ni impedimentos. Lo mejor del cielo es que podremos conocer a Dios como él nos conoce: íntima y profundamente (1 Cor. 13:12). ¡Podremos ver al Rey en su hermosura! (Isa. 33:17). Reflejadas en su mirada, en los ojos del novio más amante, conoceremos nuestro valor y belleza como nunca antes.
Anhelar el cielo es añorar la presencia de Dios. Es desear estar mucho más cerca de él, hasta poder tocarlo. En su artículo
“Sin Dios, el cielo sería el infierno”, Randy Alcorn dice que la mejor parte de la Tierra Nueva “será disfrutar de la presencia de Dios. Él realmente vivirá entre nosotros (Apoc. 21:3). Así como el Lugar Santísimo contenía la deslumbrante presencia de Dios para el antiguo Israel, también la Nueva Jerusalén contendrá su presencia. El mayor milagro de la Tierra Nueva será nuestro acceso continuo y sin obstáculos al Dios del esplendor eterno y del deleite perpetuo”. ¡Será algo absolutamente incomparable!
Señor Jesús, añoro el día en que pueda verte y abrazarte por primera vez. En ese glorioso día podré rozar con las yemas de mis dedos las cicatrices de tus manos y decirte cuánto te amo.