Fundidas en Dios
“El Padre y yo somos uno solo” (Juan 10:30).
La escritora marina D. Buzali dice en uno de sus libros: “A la mujer cristiana no le basta con amar a Dios; debe fundirse en él”. Cuando reflexiono en esta expresión, pienso en una relación tan estrecha, que es imposible encontrar un punto de separación. En seguida me viene a la mente el pasaje de la reflexión de hoy: “El Padre y yo somos uno solo” (Juan 10:30). A eso es a lo que se refiere.
Las damas sabemos lo que significa tener una relación estrecha con alguien, ser uno solo, pues nuestra naturaleza, en cierta medida, lo exige. Del mismo modo, debiéramos desarrollarla en nuestra intimidad con Dios. Ser una sola con Dios, fundirnos en él, hacer coincidir nuestra voluntad con su voluntad, no concebir la vida lejos de él ni las decisiones que tomamos hacerlo de manera independiente a los principios del evangelio.
Fundirse con él cada día nos vuelve tolerantes a las maneras de ser y de pensar de los demás; nos hace pacientes ante circunstancias que antes nos habrían colmado por completo; cambia nuestra sensibilidad, haciéndonos conscientes de lo que está bien y lo que está mal, con un criterio más elevado que el que hemos aprendido en un mundo frío e indiferente. Solo cuando somos una con Dios podemos amar a las personas difíciles de amar y superar los fracasos sin hundirnos, siendo capaces de darnos cuenta de lo que se aprende de ellos. Fundirnos con él nos eleva y nos transforma.
Tener una amistad estrecha con Cristo es disfrutar pasando tiempo a solas con él en oración y lectura de su Palabra; es crear un espacio donde podemos “derramar” el alma, con la seguridad de que seremos comprendidas y consoladas. Fundidas en Cristo, recibimos ayuda para vencer la tentación y derrotar el pecado. Cuando pecamos, también recibimos perdón y gracia, que nos libran de la culpa, la ansiedad y el temor. Ser una con el Padre es un cambio de vida absolutamente radical.