“Perfectamente uno”
“¿No habrá algún remedio en Galaad? ¿No habrá allí nadie que lo cure? ¿Por qué no puede sanar mi pueblo?” (Jer. 8:22).
La vida en sociedad es un tejido de relaciones dinámico e interminable. Cada niño, cada joven, cada adulto, cada anciano, cada hombre y cada mujer teje con puntadas de diferente manera; sin embargo, cada una de ellas es indispensable y necesaria. Los niños aportan inocencia, curiosidad y juego; los jóvenes proyectan vigor, alegría y visión de futuro; los adultos representan la madurez, la serenidad y la cordura; los ancianos son modelos de sabiduría, experiencia, contemplación y calma; los hombres enfocan la vida con natural asertividad, y las mujeres miramos la existencia desde la sensibilidad, la amistad, la comunicación y el amor. Todos juntos representamos el carácter de Dios. ¡¿No es maravilloso?! Ya lo creo que sí.
Cuando permitimos que esta maravilla ocurra, la vida en este planeta se humaniza y todos alcanzamos la autorrealización personal. Este es el método de Dios para una existencia armoniosa y satisfactoria. Entonces, ¿por qué nos resulta tan difícil la convivencia? La razón es simple: el egoísmo humano nos ha hecho distantes, egocéntricos, solitarios e indiferentes. Los hijos claman por el amor de sus padres y los ancianos suplican por un poco de cuidado de sus hijos adultos. La algarabía de los niños molesta a los mayores y los niños sienten aburrimiento ante el sosiego de los abuelos. Las mujeres desmerecen a los hombres y los hombres abusan de las mujeres. El panorama parece desalentador, pero no es imposible de cambiar.
Disfruta la presencia de los niños, la ensoñación juvenil, la cautela y la autoridad de los padres, y el paso lento de los abuelos. Sobre todo, goza la presencia santa, sanadora y redentora de Cristo Jesús. Y recuerda que la relación armoniosa entre todas las personas genera un círculo de confianza y hermandad que hace de este mundo un lugar mejor.
Jesús dijo: “Que sean una sola cosa, así como tú y yo somos una sola cosa: yo en ellos y tú en mí, para que lleguen a ser perfectamente uno, y que así el mundo pueda darse cuenta de que tú me enviaste, y que los amas como me amas a mí” (Juan 17:22, 23). Amén.