¿Quién encerró el mar?
“¿Quién encerró el mar tras sus compuertas cuando este brotó del vientre de la tierra? ¿O cuando lo arropé con las nubes y lo envolví en densas tinieblas? ¿O cuando establecí sus límites y en sus compuertas coloqué cerrojos? ¿O cuando le dije: ‘Solo hasta aquí puedes llegar; de aquí no pasarán tus orgullosas olas’?” (Job 38:8-11, NVI).
Cierta vez, fui a la isla Gorriti, en la costa atlántica de Uruguay. Me paré en la orilla. El agua venía con fuerza, pero al llegar a mis pies parecía una débil caricia que casi pedía permiso. Allí, por primera vez pensé en la pregunta que Dios le hizo a Job: “¿Quién encerró el mar tras sus compuertas?”
Pensé en un Dios que cierra con candado una puerta detrás de la que se esconde el elemento más importante y presente del planeta, que arropa el mar con nubes y colores diferentes cada día, que pone límites y que les habla a las olas enfurecidas para calmarlas y decirles hasta dónde llegar.
Nuestra mente finita no llega a comprender la dimensión de su grandeza, creatividad y poder.
Pero ese Dios que cuida de los grandes monstruos marinos y de las aves más pequeñas, que como Arquitecto maestro diseñó todo y lo mantiene en vigor, es el mismo Dios que nos formó y que nos dio la razón para que podamos adorarlo por las cosas que conocemos, y también por aquellas que no entendemos.
Job necesitaba escuchar estas preguntas. Necesitaba callar y después alabar más. Necesitaba estar dispuesto a ser enseñado.
Descubrió que el Dios capaz de poner límite a todo dejó voluntariamente que su amor fuese ilimitado.
Nosotros necesitamos las mismas preguntas, lecciones y respuestas. Necesitamos recordar que el mismo Dios que pone límites a las olas cada día puede ponerle límite al pecado en nuestra vida. Puede ayudarnos a establecer cimientos firmes en la verdad y a tomar decisiones para la eternidad.
Puede ayudarnos a decirle al enemigo hoy: “De aquí no pasarán tus malvados planes. Tengo un Dios grande. El mar y el viento lo obedecen… y yo también”.