La casita flotante
“Por lo tanto, como escogidos de Dios, santos y amados, revístanse de afecto entrañable y de bondad, humildad, amabilidad y paciencia” (Colosenses 3:12, NVI).
Es una bella ciudad, calurosa por su clima y por el cariño de su gente. Su paisaje es pintoresco, su vegetación impresionante, y su exótica comida encanta a todo el que visita Iquitos, capital de la Amazonia peruana. Pero esto no es lo más importante. Lo mejor de esta ciudad es el testimonio de vidas de abnegación, compasión y bondad que dejó una familia misionera que dedicó muchos años de sus vidas al servicio de los indígenas.
Sintiendo el llamado de Dios y la seguridad de haber sido escogidos para un propósito especial, Fernando y Ana Stahl, junto a sus dos hijos, Frena (15 años) y Wallace (4 años), estuvieron dispuestos a dejarlo todo. Sin saber nada de español partieron desde Nueva York hacia Perú.
En 1926, construyeron una casa flotante de madera a orillas del río Itaya y destinaron una de las habitaciones como dispensario médico. Ana y Fernando habían sido entrenados como enfermeros y fueron los primeros profesionales de salud en atender a los enfermos en esa región sin tener en cuenta raza, color de piel o nivel social.
En 1977, la casita flotante se convirtió en un moderno edificio hospitalario, y en el programa de inauguración, el prefecto de la región pidió un minuto de silencio luego de expresar: “Cuando era niño enfermé gravemente, y hoy vivo gracias a la bondadosa atención de doña Ana; de otro modo nunca hubiera llegado hasta aquí para contarlo”. En 2018, 92 años después, tuve el privilegio de ver con mis propios ojos cómo la acción bondadosa de esta familia sigue cambiando vidas a través de la obra médico misionera de lo que ahora es la Clínica Adventista Ana Stahl.
Al igual que Ana y Fernando Stahl, tú y yo somos escogidos por Dios para revestirnos de compasión y practicar la bondad hacia los demás. Quizá por ahora no tengas que viajar en barco tanto tiempo como ellos, pero sí puedes utilizar lo que Dios te da para ayudar a otros en el lugar donde estés.
Y quizá algún día, cuando seas más grande, Dios te escoja para ser un misionero en un lugar del mundo donde necesiten de ti. Los Stahl eran conocidos por una vida abnegada de bondad y amor hacia los demás. Y tú, ¿por qué quieres ser conocido?
Magaly