No toques la llama
“¡Cuán preciosa, oh Dios, es tu misericordia! Por eso los hijos de los hombres se amparan bajo la sombra de tus alas” (Salmo 36:7).
La hora de comer era la preferida de la pequeña Vicky. A ella le encantaba la comida que preparaba su mamá, pero lo que más disfrutaba era ayudar. Una de las condiciones que había puesto la mamá para que Vicky pudiera ayudar en la cocina era que fuera obediente a las reglas que la mamá le indicaba.
Las reglas eran sencillas y fáciles de cumplir (al menos eso pensaba la mamá). La más importante era: “No toques el fuego”. Vicky era muy pequeña pero también muy curiosa. Un día, ella pensó: “Esa llama roja que sale de la cocina no parece que me pueda hacer algo. ¿Y si meto solo un dedo?” En un momento, no pudo aguantar más la curiosidad y cuando la mamá miró en otra dirección, Vicky metió el dedo en el fuego. ¡Ay, ay, ay!, eso sí que dolió.
¿Qué hubieras hecho tú? Vicky intentó aguantar, pues no quería que la mamá se diera cuenta de lo que había hecho. Pero el dolor pudo más, las lágrimas que intentó guardar estallaron y el fuerte llanto la delató. ¿Qué haría la mamá ahora? ¿La castigaría? ¿Le diría: “Eres culpable; qué bueno que te duela”? ¿O haría algo para hacerla sentir mejor?
La mamá intentó calmar su dolor. Con mucho amor hizo lo que pudo para que el dedo no se inflamara, pero no lo logró. Ese pobre dedo se puso tan rojo y tan hinchado que tuvo que llevarla al doctor, porque absolutamente nada calmaba su dolor. El doctor le colocó una pomada especial, vendó su dedo y le dio una medicina para el dolor.
Pero la pequeña Vicky también aprendió la más grande lección de amor: que, aunque era culpable, su mamá siempre la amaría. ¿Ella merecía un castigo? Claro que sí, pero al cuidarla y pagar la cuenta del doctor, su mamá demostró el gran amor por su pequeña traviesa. ¿Y las consecuencias de la desobediencia? Esas llegaron solas…
¿Sabes cuál es la demostración más grande del amor de Dios? El versículo de hoy nos recuerda que él envió a su hijo Jesús para pagar la cuenta y morir por ti y por mí, a pesar de que somos culpables y pecadores. Aunque desobedecemos y no merecemos nada, Dios extiende sus brazos de amor para salvarnos y ayudarnos a ser mejores cada día. ¿Quieres hoy agradecer el gran amor y la compasión de Dios hacia ti?
Magaly