Se encuentra una perla gigante
“También el reino de los cielos es semejante a un comerciante que busca buenas perlas, y al hallar una perla preciosa, fue y vendió todolo que tenía y la compró” (Mateo 13:45, 46, RVR 95).
Las perlas son una de las cosas más hermosas que han adornado este planeta. Su reluciente brillo blanco puede captar el resplandor de la luz del sol matutino o el resplandor de la luz de las velas. Gran parte de la belleza de las perlas reside en su rareza, y ver una natural es una experiencia memorable porque no es fácil encontrarlas. En este día de 1934, se descubrió en la isla de Palawan, Filipinas, la mayor perla de la que se tiene constancia: la Perla de Lao-tzu. Extraída de una almeja gigante de 72,5 kilos, la perla medía 24 centímetros y pesaba 6,4 kilos. En 1936, Wilbur Dowell Cobb recibió la perla como regalo del jefe de Palawan porque Cobb salvó la vida del hijo del jefe.
En 1980, la familia la vendió a un joyero de Beverly Hills, California, por 200.000 dólares. ¿Y cuánto vale hoy? El Laboratorio de Gemas de San Francisco le ha puesto un precio de 40 millones de dólares. ¡Increíble! ¡Eso es mucha perla!
La historia de cómo se forman las perlas en la naturaleza es sorprendente. Cuando a una almeja o una ostra se le filtra accidentalmente una mota de arena en una articulación o en un músculo, de inmediato, el animal empieza a construir, alrededor del ofensivo grano de arena, una capa blanca y dura de nácar, que es la sustancia perlada. Esto evita que la arena irrite la parte interna de la criatura. Así, en lugar de quejarse impotentemente del grano de arena que le causa molestias, el animal elige reaccionar de manera positiva, y construye con él algo raro y hermoso que va haciéndose cada vez más grande a medida que pasa el tiempo.
Jesús dijo que nuestra búsqueda de él debería ser como la búsqueda de una hermosa perla. Si realmente queremos una perla, no dejaremos ninguna almeja sin abrir hasta que la encontremos. Y si verdaderamente deseamos conocer a Jesús, no dejaremos ninguna página de la Biblia sin leer hasta que lo encontremos. El mercader de la parábola encontró una perla asombrosa, como ninguna otra que hubiera visto antes.
Aunque valía mucho más de lo que podía pagar, no podía dejar pasar una inversión tan prometedora. La quería tanto que vendió todo lo que tenía para comprarla. Y nada es más valioso que conocer a Jesús, la Perla de gran precio.