Un secuestrador se lanza a la tormenta
“¡Cómo caíste del cielo, Lucero, hijo de la mañana! Derribado fuiste a tierra, tú que debilitabas a las naciones” (Isaías 14:12, RVR 95).
La mayoría de las personas tienen sueños que les gustaría cumplir algún día. Algunos quieren bucear o hacer paravelismo. Otros desean escribir un libro o visitar algún sitio histórico. Algunos quieren participar en un concurso de belleza o de fisicoculturismo. Quizá navegar alrededor del mundo.
¿Y qué hay del paracaidismo? ¡Eso sí que sería un golpe de adrenalina! Pero, en caso de que quieras hacerlo, no sigas el ejemplo de D. B. Cooper. El 24 de noviembre de 1971, un hombre que se hacía llamar Cooper se lanzó en paracaídas desde 3.000 metros de altura cuando el avión sobrevolaba el estado de Washington. Hacía un frío terrible, muy por debajo de cero a esa altitud, y el viento soplaba a 160 kilómetros por hora. Además, estaban atravesando una tormenta eléctrica. Por su parte, Cooper solo llevaba un traje liviano, un impermeable y unas gafas de sol envolventes. ¿Por qué haría algo así? ¿Era una hazaña para los récords Guinness? ¿Un ejercicio militar? No. En realidad, Cooper era un secuestrador, y llevaba 200.000 dólares en concepto de rescate. Había secuestrado el avión poco después del despegue, mostrando a una azafata algo que parecía una bomba. Pidió a la tripulación 200.000 dólares, cuatro paracaídas y “nada de trampas”.
Cuando el avión aterrizó en el aeropuerto internacional de Seattle-Tacoma, las autoridades cumplieron las exigencias de Cooper después de que este dejara marchar al resto de los pasajeros. Luego, demandó que el avión despegara de nuevo, con rumbo a la ciudad de México. Poco después, saltó, y fue lo último que se supo de él. Los equipos de rescate no pudieron ir a buscarlo en ese momento debido a la tormenta, y nunca se halló rastro de él.
La mayoría de las autoridades creen que murió durante su salto suicida. Curiosamente, 19 años después, un niño de ocho años encontró casi 6.000 dólares del dinero del rescate a orillas del río Columbia, a ocho kilómetros de Vancouver, Washington. El destino de Cooper sigue siendo un misterio.
Érase una vez, en el jardín del Edén: Lucifer secuestró a nuestros primeros padres y estaba exultante, pensando que había ganado la batalla entre el bien y el mal. Pero no tuvo en cuenta un punto importante: estaba tratando con el Soberano del universo. Dios siempre tiene un plan de contingencia, incluso para una situación terrible como esa.
Desde el principio de los tiempos, la Divinidad había ideado un plan para que, si el pecado llegaba a secuestrar a la raza humana, Jesús pagara el rescate y nos comprara de nuevo con su vida. Somos muy afortunados de que lo haya hecho. ¿Podemos agradecerle lo suficiente?