Sin maquillaje
“El maquillaje solo puede hacerte lucir bonita por fuera, pero no ayuda si no eres bonita por dentro… A menos que te comas el maquillaje”. Audrey Hepburn
La autenticidad no está de moda. Llevamos maquillaje en la cara para esconder defectos (arrugas, espinillas, manchas…); así, parece que somos más bonitas (o menos feas) de lo que somos. Pero también “maquillamos” la personalidad, para ocultar nuestras debilidades, defectos de carácter y errores, pareciendo así más fuertes o más santas (menos pecadoras) de lo que somos. Por ejemplo, usamos el sentido del humor para que nadie perciba lo tristes que estamos; aparentamos dureza para ocultar cuán vulnerables nos sentimos; hablamos de nuestro matrimonio exagerando lo bueno y ocultando lo malo para disfrazar que somos infelices; usamos palabras religiosas para ocultar nuestra falta de fe… Hemos llegado a perfeccionar el arte de ponernos demasiado “maquillaje”.
Nos falta transparencia; y no es de extrañar, pues tenemos cicatrices por habernos “abierto” mucho y muy pronto a las personas equivocadas. ¿Cómo podemos mejorar en este sentido? Se me ocurren tres maneras:
- Proponernos no pretender ser más de lo que somos. Porque no necesitamos la aprobación de nadie; solo necesitamos sentirnos seguras en Dios. No tenemos que desnudarnos ante todo el mundo (porque no podemos confiar en todo el mundo), pero tampoco tenemos por qué “disfrazarnos”.
- Aceptar que todos somos imperfectos porque vivimos en un mundo de pecado. ¿Recuerdas lo primero que hicieron nuestros primeros padres tras pecar? Esconderse, el uno del otro mediante hojas de higuera, y después, de Dios. Tuvieron que reaprender la autenticidad una vez el velo de la santidad desapareció. Hoy, también debemos aprender a ser auténticas de una manera sana, que nos permita vivir “con el rostro descubierto”, sin maquillajes, porque “estamos siendo transformados […] por el Señor” (2 Cor. 3:18, LBLA). No porque seamos perfectas, sino porque estamos siendo transformadas.
- “Comer” eso que nos hace bonitas por dentro; ese algo es el Señor, quien nos va transformando a su imagen pero no con maquillaje, sino mediante profundas convicciones espirituales que nos cambian, liberándonos de los miedos que conducen a la necesidad percibida de escondernos.
Te invito a considerar tus maquillajes. Gracias a la cruz, debiéramos poder ser nosotras mismas.
“Deben renovarse espiritualmente en su manera de juzgar” (Efe. 4:23).