La felicidad
“Si me dices, por ejemplo, que vendrás a las cuatro, yo seré feliz desde las tres”. Antoine de Saint-Exupéry
El científico y escritor español Eduard Punset, ya fallecido, hizo esta afirmación: “La felicidad está en la sala de espera de la felicidad”. Llegó a esta conclusión observando a su perra. Cuando le preparaba el plato de comida, ella saltaba de alegría al ver todo el proceso. Aunque todavía no estaba comiendo, ya era inmensamente feliz.
Esta misma conclusión la explica en términos científicos Robert Sapolsky. En sus investigaciones ha descubierto que cuando hay una anticipación, una expectativa previa de algo positivo, una esperanza de recompensa, nuestro cerebro segrega dopamina, que es la hormona de la felicidad. Es decir, que nuestros circuitos neuronales de la felicidad se ponen en marcha cuando tenemos la esperanza de que algo bueno va a suceder. Y es por eso, precisamente, que somos felices. Esta idea es un poco revolucionaria, puesto que no sitúa la felicidad en la obtención de la meta en sí misma, sino en el proceso previo que nos lleva a la consecución de esa meta.
Y esto me hace preguntarme: si yo tengo la más elevada esperanza, que es la expectativa de que se cumplirá en mi vida la promesa que Dios nos ha hecho, ¿no debería ser feliz aquí y ahora, puesto que me encuentro en la sala de espera de esa felicidad? Me atrevo a responderme: sí, debería ser feliz aquí y ahora, a pesar de los altibajos de la vida, a pesar del pecado que nos rodea, a pesar de las limitaciones del mundo presente. ¿Por qué? Porque precisamente lo que me hace feliz es orientar mi vida, mis pensamientos y mis hechos, hacia esa meta última que es la tierra nueva y la eternidad. Esa esperanza que se abre ante nosotras no se traduce en una actitud pasiva, de simple espera, sino en una actitud activa, de poner la vida entera en sintonía con esa expectativa. Y he ahí la receta de la felicidad para la mujer cristiana: tener la certeza de que él vendrá y vivir con alegría esperando ese momento que ya vemos desarrollarse ante nosotras con los ojos de la fe.
Por eso, “mantengamos firme la esperanza que profesamos, porque fiel es el que hizo la promesa” (Heb. 10:23, NVI). En mantener firme esa esperanza se encierra nuestra felicidad presente. Estamos en la sala de espera de la gloria que vendrá.
“Considero que los sufrimientos del tiempo presente no son nada si los comparamos con la gloria que habremos de ver después” (Rom. 8:18).