Cuando volver atrás es el modo de avanzar
“Ustedes, como hijos amados de Dios, procuren imitarlo. Traten a todos con amor, de la misma manera que Cristo nos amó y se entregó por nosotros, como ofrenda y sacrificio de olor agradable a Dios” (Efe. 5:1, 2).
Cuando los hijos crecen, se van volviendo independientes y comienzan a construir su camino en la vida. Los padres miramos en retrospectiva cómo los educamos y nos damos cuenta de que muchas cosas que hicimos por ellos y con ellos no fueron las mejores. Es entonces cuando nos sacude la culpa; pensamos que no hay vuelta atrás y que los errores cometidos son irreparables.
Cuando los hijos nacen, muchos padres tenemos exceso de juventud; o sea, falta absoluta de experiencia. Generalmente, los criamos usando el método que nuestros padres usaron con nosotros y, si este no nos dejó buenos recuerdos, nos vamos al polo opuesto, intentando no cometer los mismos errores. Tal vez no somos totalmente conscientes de que cambian las circunstancias y de que no hay dos hijos iguales, ni aun los gemelos idénticos.
Ver a los hijos convertirse en adultos es como el examen final del oficio de ser padres. Nos alegramos por los aciertos y nos lamentamos por los errores; lo primero nos genera satisfacción, y lo segundo nos hace sentir reprobados. “Si pudiera volver atrás en el tiempo, haría muchas cosas diferentes con mis hijos”, me dijo una madre. Estuve de acuerdo con ella, pues muchas veces he pensado igual. Sin embargo, ahora me pregunto: Si no se puede volver atrás en el tiempo, ¿hay algo que podamos hacer para borrar los desaciertos y acortar la brecha que existe entre nosotros y nuestros hijos?
Querida madre, es aquí donde creo que, muchas veces, volver atrás es la mejor manera de avanzar. Con tu hijo adulto, recuerden los años de la infancia juntos, asegúrale que todo lo que hiciste fue para que se convirtiera en una persona buena y exitosa, y con humildad pídele perdón por lo que no hiciste bien porque no sabías la forma correcta de hacerlo. Esto será un bálsamo para un corazón lastimado. Sanará las heridas emocionales y acortará la brecha que los distancia.
No temas volver atrás para recordar. Callar es como contener un grito que, a veces, explota en enojo, rencor, resentimiento, enfermedad y separación. Pedir perdón no nos hace débiles frente a los ojos de un hijo; por el contrario, nos hace grandes y nos permite recibir de parte de ellos admiración y respeto. En esta tarea de reconciliación, Dios está a tu lado.