Miércoles 22 de Diciembre de 2021 | Matutina para Mujeres | El silencio que destruye

El silencio que destruye

“El hombre y su mujer escucharon que Dios el Señor andaba por el jardín a la hora en que sopla el viento de la tarde, y corrieron a esconderse de él entre los árboles del jardín” (Gen. 3:8).

Los ruidos ensordecedores de la vida moderna, como el trán­sito vehicular, las voces atropelladas de millones de personas que se mueven por las grandes ciudades o el sonido de las fábricas, están afectando de manera directa e indirecta a nuestra salud. Por esta razón, algunos gobiernos están presentando campañas a favor del silencio; invitan a los ciudadanos a mo­derar el uso del claxon (bocina) en las carreteras, a poner silenciadores a los motores y a ubicar en la periferia de las ciudades los centros de trabajo que generen rui­dos de muchos decibeles.

Como ves, el silencio puede ser un bien deseable, y lo es. Percibir el silencio bajo condiciones propicias es motivo de relajación y descanso; nos pone en contacto con los sonidos de la naturaleza y es una invitación a pensar en la creación como un acto del infinito amor de Dios por sus hijos. Este es un si­lencio que construye lazos de amor con Dios. Existe, por otra parte, un silencio que es destructivo.

El silencio destructivo es el polo opuesto a lo que acabo de describir. El silencio destructivo es el de esos padres que, cavilando en sus problemas, no encuentran tiempo para escuchar el clamor de sus hijos, que acaban eligiendo no decirles nada El silencio destructivo es el que se genera entre la esposa y el esposo que, por falta de conversación, de expresiones de afecto y de recono­cimiento, se van volviendo extraños el uno para el otro. El silencio destructi­vo es el de la voz que se calla cuando debería hablar para defender los derechos de otro ser humano que están siendo claramente pisoteados. Así como el si­lencio es importante para la salud física, hay ocasiones en que guardar silen­cio es fatal para la salud emocional y espiritual, y para las relaciones humanas. La clave está en saber distinguir la diferencia.

El silencio que destruye la razón y el corazón debe ser sustituido por el sonido suave de la voz amorosa de una madre, la risa de un niño, la conver­sación de los jóvenes y la palabra blanda de un padre que corrige con amor o de un esposo que dice “te amo”.

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