Domingo 04 de Septiembre de 2022 | Matutina para Adultos | El último legado de Jesús

El último legado de Jesús

“Les he dicho estas cosas mientras estoy con ustedes. Pero el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, los consolará y les enseñará todas las cosas, y les recordará todo lo que yo les he dicho. La paz les dejo, mi paz les doy; yo no la doy como el mundo la da. No dejen que su corazón se turbe y tenga miedo” (Juan 14:25-27, RVC).

Las palabras de nuestro texto de hoy son parte del discurso de despedida de nuestro Señor. Fue dirigido a los discípulos en el Aposento Alto, antes de que partieran al monte los Olivos.

El discurso comenzó, curiosamente, apenas Judas salió: “Después de que Judas salió, Jesús dijo: ‘Ahora el Hijo del Hombre es glorificado, y Dios es glorificado en él’ ” (Juan 13:31, RVC). ¿De qué habló el Señor? Habló de la gloria de la Cruz; de la misión que encargaría sus discípulos, del amor que debía prevalecer entre ellos al anunciar su regreso; y, especialmente, habló de la promesa de su Santo Espíritu. El divino Consolador no solo enseñaría “todas las cosas”, sino también les recordaría las grandes verdades que Jesús les había enseñado. Además, haría posible que recibieran, como un don permanente, su último legado, la paz de Cristo.

¿Qué virtud hay en la paz de Cristo? Es la paz que resulta de saber que nuestros pecados han sido perdonados. Es la paz de Dios, “que sobrepasa todo entendimiento”, y que guarda nuestros corazones y pensamientos en Cristo Jesús. El mundo, con todos sus avances científicos y tecnológicos, no puede dar esa paz; tampoco pueden las riquezas. ¿Por qué? Porque la paz que Cristo da es interna, del corazón; no depende de las cambiantes circunstancias de la vida, y nada ni nadie nos la puede arrebatar, porque es la paz que resulta del perdón.

¿Qué concluimos, entonces? Que, gracias al Espíritu, “somos más que vencedores”, y que nada “nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Rom. 8:37, 39). ¿Puede haber un legado, más grande, más precioso, más valioso que este? ¡Nada se compara con el don de su Espíritu! ¡Nada supera al regalo de su paz!

No permitamos, por lo tanto, que las tristezas y las pruebas nos quiten lo que Cristo ganó para nosotros a un precio tan elevado. La paz que Cristo nos dejó es tu herencia y mi herencia.

¡Reclamemos hoy, por fe, lo que es nuestro!

Gracias, querido Jesús, por el perdón de mis pecados, y porque ese perdón ha traído a mi corazón la paz que nada en el mundo me puede brindar. Por medio de tu Espíritu, permanece en mi corazón, hoy y siempre.

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