Ezequías versus Senaquerib – parte 2
“Oigan lo que les dice el gran rey, el rey de Asiria” (2 Rey. 18:28).
Para sorpresa de los habitantes de Jerusalén, los asirios no comenzaron inmediatamente su asedio. En cambio, parecían interesados en otro tipo de táctica de guerra, una en la que eran demasiado hábiles.
Cuando los representantes de Ezequías se acercaron a los emisarios de Senaquerib, el rabsaces (un gobernador regional asirio) entregó su mensaje para el rey, que consistía en un insolente desafío: ¿Cómo puede el rey de Judá atreverse siquiera a imaginar que podría resistirse al poder del Imperio Asirio? ¿Creen ustedes que su Dios vendrá en su ayuda? ¡Qué ilusos! El Dios de Judá, ¿de qué ayuda podría serles? Especialmente desde que Ezequías había destruido los lugares altos donde la gente adoraba.
El oficial asirio asumía que nunca podrían esperar que una deidad apoyara a alguien que había eliminado sus lugares sagrados. Ignoraba que Dios estaba complacido por eso, porque él mismo había motivado a Ezequías a destruir los lugares en los que la gente imitaba los ritos de sus vecinos paganos. Sin embargo, ese parecía un buen argumento para usar ante el pueblo de Jerusalén. Después de todo, las reformas religiosas realizadas por Ezequías no parecían haber surtido un efecto positivo, ni habían garantizado la protección de Judá. Los habitantes de la ciudad permanecieron en silencio, escuchando y observando el encuentro desde sus posiciones estratégicas en la muralla. Los argumentos del rabsaces podían abrir una brecha entre Ezequías y su pueblo.
Seguramente, Ezequías no tendría cómo hacerle frente al poder de Asiria. Judá era demasiado débil. Incluso se burló, afirmando que si le daba a Ezequías dos mil caballos, el rey no tendría a nadie que los montara. Los caballos y los carros eran las armas de mayor sofisticación tecnológica en esa época, por lo que la sugerencia era realmente un insulto. En la actualidad, sería equivalente a que una nación ofreciera a su enemigo una flota de aviones de combate de alta tecnología, sabiendo que ese país estaría demasiado atrasado como para usarlos.
Luego, el emisario hizo una afirmación mucho más cruel: el Imperio Asirio podía atacar Jerusalén porque el propio Dios de Judá lo había designado como un agente especial para destruirlos (2 Rey. 18:25). ¿Estaría en lo cierto? Después de todo, Dios había anunciado anteriormente a través de sus profetas que había permitido que Asiria destruyera el reino del norte de Israel.
Continuará…
GW