Jueves 24 de Marzo de 2022 | Matutina para Mujeres | Ojos vendados

Ojos vendados

“La fe es la confianza de que en verdad sucederá lo que esperamos; es lo que nos da la certeza de las cosas que no podemos ver” (Heb. 11:1, NTV).

Me encontraba buscando un nuevo trabajo e intentando lidiar con la ansiedad de la espera. Aunque nunca es un buen momento para quedarse sin trabajo, el problema se intensificó durante la cuarentena por causa del coronavirus, con una gran crisis económica aparejada. ¡Un verdadero merengue! Cierto día, estaba parada en el pasillo de mi casa cuando sentí que Dios me decía: “Si te dijera que ya tengo tu nuevo trabajo resuelto, ¿te relajarías?” Sin siquiera darme cuenta de lo que estaba haciendo, pensé: ¡Sí! Pero dime qué será. Mi amiga Anne y yo nos reímos bastante cuando, unos días después, le conté acerca de mi conversación con Dios.

¡Es tan difícil renunciar al ídolo de la certidumbre! En el artículo “Friar Richard Rohr on Why Real Faith Requires Surrendering the ‘Idol of Certainty’ ” leemos: “Si viajáramos a los primeros 1.300 años del cristianismo, la fe se definía [entonces] como una combinación de saber y no saber. Una disposición […] a vivir con cierto grado de ignorancia. […] Ahora, que hemos descartado esta imagen, la gente tiene la impresión de que tiene el derecho a poseer una certeza perfecta y una claridad perfecta para cada paso del camino”. Obviamente, cuando tenemos claridad y certeza absoluta, no necesitamos fe.

Tengo suficiente información, suficiente luz para hoy. Dios es fiel. Cuando necesite saber algo más, me lo revelará. No me hace falta más poder, más control o más información. Lo que realmente necesito es más fe. Pero mi fe no crecerá a menos que atraviese la oscuridad de la incertidumbre. Es aquí, durante la noche, que mis sentidos se agudizan. Es aquí que aprendo a detectar la voz de Dios más claramente, porque no puedo fiarme de mi vista. Es entonces cuando me tomo más fuertemente de su mano y me dejo guiar con mayor facilidad.

Cuentan que el general José de San Martín usó mulas criollas para cruzar la cordillera de los Andes. La tradición dice que, en las partes más difíciles del cruce, en los acantilados más peligrosos, les vendaban los ojos a las mulas para que no se asustaran. Tal vez Dios, en su misericordia, nos está vendando los ojos cargados de incertidumbre, para guiarnos a lugares más altos.

Señor, aunque no vea a dónde me estás guiando, quiero confiar en ti de todo corazón. Tú me das pies de gacela, para mantenerme firme en las alturas (2 Sam. 22:34). Aunque tropiece no caeré, porque tú me guías de la mano (Sal. 37:24).

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