Yo, el manso
“Bienaventurados los humildes, pues ellos heredarán la tierra” (Mat. 5:5, LBLA).
La mansedumbre es una de esas virtudes misteriosas sobre las cuales poco se habla. Podemos chismorrear sobre la arrogancia de alguna persona y de lo poco humilde que es, pero jamás diremos: “Bueno, lo que ese tipo necesita es un poco de mansedumbre”.
La mansedumbre suena a debilidad, nos parece algo casi negativo. Si alguien es manso, podríamos pensar que es un bobo. Un tonto. Un débil. Pero la realidad es que la verdadera mansedumbre ejerce un poder increíble. Mansedumbre no es sinónimo de debilidad, sino de fuerza. La mansedumbre ha ablandado corazones y derrocado imperios. Es un poder que no se puede contrarrestar.
Pienso en mi abuelo, todo un pilar y una roca poderosa durante mi juventud, con quien siempre pude contar para que me defendiera. Pienso en Gandhi, que logró la independencia de la India del Imperio Británico a través de un compromiso radical con la no violencia, la cual él creía firmemente que sería superior y más duradera que cualquier oposición armada. Su lucha le tomó toda una vida, parte de ella en la cárcel, y enfrentando la violencia de sus oponentes. Sin embargo, dijo: “Cuando me desespero, recuerdo que a lo largo de la historia siempre ha ganado el camino de la verdad y el amor. Hay tiranos y asesinos que durante un tiempo parecen invencibles, pero al final siempre caen. Recuerden eso, siempre”.
En una sociedad que enaltece la autosuficiencia, imponerse, patear traseros y llevarse a los demás por delante, la mansedumbre es una rareza. Pero con la bendición del Espíritu Santo, esta puede cambiar el mundo.
No es fácil pensar que la mansedumbre pueda reinar algún día en nuestro planeta, pero el compromiso de los mansos es construir ese mundo mejor; y su determinación, vivir de acuerdo con ella y no con la cultura autodestructiva que nos rodea. Ese es el secreto de su poder.
Tal vez la mansedumbre no es popular, pero para los mansos, el futuro es ahora.