Martes 11 de Abril de 2023 | Matutina para Adultos | “Dominio propio”

“Dominio propio”

“Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2 Timoteo 1:7).

Por su ubicación geográfica, Cartagena de Indias, la capital del departamento Bolívar en Colombia, constituía un punto muy atractivo para los piratas, puesto que allí confluían las riquezas de las colonias españolas. En su puerto se cargaban el oro que salía del Perú y las piedras preciosas que habían sido colectadas a lo largo del continente. En 1544 el francés Roberto Baal saqueó esta ciudad completamente. En 1559 volvió a ser atacada por otro corsario francés, Martin Côté. Pero nada comparado con el ataque encabezado por el legendario pirata Francis Drake. En 1586 Drake la dejó en humeantes ruinas. Ello indujo a la corona española a dar inicio a un ambicioso proyecto de construcción de baluartes y murallas de piedra coralina que servirían para proteger la ciudad de los enemigos. Juan Bautista Antonelli encabezó la lista de un grupo de ingenieros y arquitectos que trabajaron durante doscientos años en la construcción de esas murallas, que protegieron la ciudad y facilitaron el camino para obtener importantes victorias.

Realidades históricas como esta de Cartagena de Indias nos ayudan a comprender el pasaje de Proverbios 25:28: “Como ciudad con sus murallas destrozadas es el hombre que no se sabe dominar” (NBV). Una persona que no es capaz de controlar sus emociones está indefensa, a expensas de quien le quiera hacer daño (o de sí misma, que puede ser su peor enemigo). Literalmente el texto se refiere al que no puede controlar “su espíritu”, es decir, su “temperamento”, su “dominio propio”. Como dice Salomón: “Más vale el dominio propio que conquistar ciudades” (Prov. 16:32, NVI). En tanto que hemos de vigilar nuestro entorno, no hemos de olvidar lo que le dijo Pablo a Timoteo: “Ten cuidado de ti mismo” (1 Tim. 4:16). Todo el que visita Cartagena queda admirado por su hermosa muralla, pero ¿cómo están las murallas que protegen las avenidas que conducen hacia nuestro espíritu? Esa falta de murallas es lo que nos impide ejercer el dominio propio.

La pregunta vital es: ¿Cómo podemos dominar nuestro espíritu? La única forma de hacerlo es permitiendo que el Espíritu nos domine a nosotros, porque “el fruto del Espíritu es […] dominio propio” (Gál. 5:22, 23, NVI). Esta es la promesa: “Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2 Tim. 1:7).

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