Matutina para Adultos 12 de Febrero de 2021

Un acto de fe

“Creyó Abraham a Dios y le fue contado por justicia” (Romanos 4:3).

El patriarca Abraham nació en Ur y fue llamado por Dios para vivir en Canaán. La promesa divina implicaba convertirse en padre de multitudes y en hacer de sus descendientes una gran nación. Esta promesa fue cumplida inicialmente en Israel y posteriormente en la iglesia cristiana.

Como señal del pacto y de la promesa, Dios le da a Abram (nombre que significa “Padre venerado”) un nuevo nombre: “Abraham” (que significa “padre de muchedumbre”). Además, el patriarca fue llamado también amigo de Dios, por su fe, su obediencia, su fidelidad y su intercesión.

¿Cómo obtuvo Abraham su salvación?

Pablo explica lo que dice la Escritura y nos muestra el camino para todo asunto de la vida: ir a la Biblia para ver qué dice la Escritura. Bien decía Spurgeon que “cuando una Biblia está hecha pedazos por su uso, quien la usa está entero”. Y la Escritura dice que fue por fe (Rom. 4:3). Ahora bien, dice el texto que “le fue contado”. Esta es una expresión contable que implica algo que fue “depositado” o “transferido a la cuenta personal”. La fe de Abraham le fue acreditada en su cuenta con Dios como justicia.

Pablo profundiza al decir que, si consideramos la salvación como un salario, sería un pago o retribución por el trabajo realizado, una recompensa o una remuneración. Por el contrario, la salvación es un don inmerecido que se recibe como un presente, un regalo. El pecador está privado, lejos, destituido. Pero la gracia de Dios no da una compensación por servicios ofrecidos; Dios coloca a disposición su don gratuito, que debe ser recibido y aceptado por fe.

Los judíos tenían a Abraham por modelo, y Pablo sabía eso; solo que para ellos era un modelo de hombre justo. Ellos pensaban que su obrar y su fidelidad le habían hecho ganar méritos delante de Dios. Pero Pablo va al corazón del tema, para mostrar que es un modelo de fe y de un caminar siempre con Dios.

El problema fue siempre el mismo, en los días de Abraham, de Pablo o en nuestros días. Es la autosuficiencia lo que nos lleva a la destrucción. Nadie quiere sentirse necesitado, dependiente; todos quieren valerse por sus propios medios. Pero es allí, cuando reconocemos nuestra necesidad, cuando damos permiso a la actuación de Dios, cuando admitimos la enfermedad, que el médico, el remedio y el tratamiento se aplican y resultan eficaces.

En la angustia de una noche, Abraham oyó otra vez la voz divina: “No temas, Abram, yo soy tu escudo, y tu galardón será sobremanera grande” (Gén. 15:1).

No temas. Cree en sus promesas hoy.

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