Un Dios que da estabilidad
“Me sacó del foso de desesperación, del lodo y del fango. Puso mis pies sobre suelo firme y a medida que yo caminaba, me estabilizó” (Salmo 40:2; NTV).
Todos hemos hecho alguna visita al foso de la desesperación. Todos hemos sentido que, en nuestro caminar, tropezamos con obstáculos o nos atascamos en el fango de problemas y tragedias sin sentido. Por eso a todos nos encanta lo que dice el Salmo 40 acerca de lo que hace Dios cuando estamos en circunstancias de tanta inestabilidad. ¿Qué pudiera necesitar más el que se encuentra en las profundidades de un foso? ¿Qué puede valorar más la persona que no logra avanzar porque el lodo de la vida se lo impide? En esos casos buscamos encontrar la calma, la estabilidad, el equilibrio y la confianza. Queremos ser sacados del foso y pisar sobre tierra firme, hasta ver que volvemos a avanzar en forma estable. ¡Y eso es lo que hace Dios por nosotros! Él es nuestra fuente de estabilidad.
Hace un tiempo, me topé con la siguiente ilustración. Un hombre cayó en un pozo del cual no podía salir. Pasó por allí un optimista y le dijo: “No estás tan mal. Pronto estarás afuera”. Pasó un pesimista y le dijo: “¡Qué horror! ¡Nunca saldrás de ahí!” Pasó una persona objetiva y le dijo: “Es lógico que te hayas caído al pozo”. Pasó una persona autocompasiva y le dijo: “¡Usted no sabrá qué es un pozo hasta que vea el mío!” Pasó un fariseo y le dijo: “Solo la gente mala se cae en pozos”. Pasó un carismático y le dijo: “Simplemente, confiesa que no estás en el pozo”. Pasó un oportunista y le dijo: “¿Cuánto estás dispuesto a pagarme por sacarte de ese pozo?” Pasó un psiquiatra y le dijo: “Hablemos del pozo en el que te encuentras…”. Pasó un psicólogo y le dijo: “Es culpa de tus padres que estés metido en ese pozo”. Pasó un moralista y le dijo: “Ahora que te has manchado en ese pozo, ¿quién te va a querer?” Pasó un matemático y le dijo: “Quiero calcular cómo caíste en el pozo”. Pasó un periodista y le dijo: “Quiero una entrevista exclusiva sobre tu experiencia en el pozo”. Pasó un terapeuta y le dijo: “Cree en ti mismo, y podrás salir del pozo”. Y entonces vino Dios.
Sin decir nada, Dios sacó al hombre del pozo. Y fue el hombre el que habló: “Él me sacó del foso de desesperación, del lodo y del fango. Puso mis pies sobre suelo firme y a medida que yo caminaba, me estabilizó”. ¡Ese es nuestro Dios!