
La oración de Jesús
«Cuando oréis, decid: Padre nuestro, que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu Reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todos los que nos deben. Y no nos metas en tentación, más líbranos del mal» (Luc. 11: 2-4).
Jesús enseñó a orar a los suyos con una oración que contiene en sí misma una magnífica terapia. Un amigo sicólogo me hizo ver que esta oración modelo es un insospechado antídoto contra seis de las emociones más negativas que afronta el ser humano.
Nos libera del sentimiento de soledad. Al decir «Padre nuestro» tomamos conciencia de que no estamos solos, ya que como seres humanos nuestro Padre es nada menos que el Creador del universo y todos somos hermanos, lo que refuerza lo más sano de nuestra autoestima.
Nos libera del desánimo. Al decir «Venga tu reino y hágase tu voluntad» recordamos que un día él vendrá y por fin se hará su voluntad en este mundo. Desear que Dios guíe nuestra vida, ya desde ahora, la llena de propósito y de sentido, porque nos asegura que el caos presente es solo momentáneo. Él tiene un proyecto insuperable para nosotros: que disfrutemos para siempre a su lado.
Nos libera de la ansiedad y del estrés. Al decir «El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy» aceptamos que Dios está dispuesto a dárnoslo. La ansiedad y el estrés, esas emociones tan negativas como generalizadas, no deberían tener cabida en nuestra vida cuando estamos seguros de que él desea responder a todas nuestras necesidades. Nos libera de nuestros sentimientos negativos contra nosotros mismos. Al decir «Perdónanos» sabemos que Dios nos perdona plenamente y nos da la paz interior que necesitamos. El sentimiento de culpabilidad, porque no hacemos siempre lo que deberíamos hacer, amenaza incesantemente nuestra felicidad. Pero su perdón restaura nuestra paz.
Nos libera de nuestros sentimientos negativos contra los demás. Al decir «como nosotros perdonamos» nos comprometemos a liberarnos del dolor del resentimiento. Aquel que fue capaz de orar: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen» (Luc. 23: 34) nos promete la fuerza para perdonar a otros como nosotros deseamos ser perdonados.
Nos libera del miedo a cualquier poder que consideremos enemigo. Al decir «Líbranos del mal» recordamos que Dios está dispuesto a ayudarnos a evitar nuestras tentaciones, a librarnos del mal que otros nos pueden hacer y sobre todo el mal que nosotros podemos hacer a los demás y a nosotros mismos.
Libérame hoy, una vez más, del desánimo, de la ansiedad, de la culpa, del resentimiento y del mal en cualquiera de sus formas.