
Nenúfares
«Bienaventurados los de limpio corazón, porque verán a Dios» (Mateo 5: 8).
Los lotos y los nenúfares son algunas de las flores que más me gustan. Aunque pertenecen a distintas familias, ambas especies tienen en común que crecen en aguas pantanosas, charcas, o lagunas y lagos poco profundos. Lo que más admiro de estas plantas es que se alimentan del lodo que se acumula en los fondos de esas zonas, pero de esa materia tan aparentemente impura producen unas flores de extraordinaria belleza.
En diversas religiones orientales, como el budismo, así como entre los antiguos egipcios, lotos y nenúfares se consideraban flores sagradas, o al menos estaban asociadas a simbolismos religiosos relacionados con la pureza espiritual. Incluso están representadas en los capiteles de las columnas de algunos templos, como los de Luxor y Karnak, en Egipto.
El significado de la flor de loto o del nenúfar en esas culturas casi se impone por sí mismo, ya que el agua lodosa que nutre la planta está asociada con el pecado y los deseos carnales, y la flor impecable que parece subir escapando de los fondos fangosos, en busca de la luz, representa la belleza de la pureza y de la elevación espiritual.
Es interesante saber que el pintor Claude Monet concedió especial atención precisamente a los nenúfares, de los que pintó entre 1898 y 1926 unos 250 cuadros. Las tres últimas décadas de su vida están dedicadas casi exclusivamente a ese motivo. Su obra más conocida es sin duda la serie de ocho lienzos de gran formato que representan solo nenúfares en diversos momentos del día, inspirados en el jardín que el artista tenía en Giverny. Esta serie, que ocupa completamente la sala n.º 1 del Museo de la Orangerie de París, se conoce hoy como «la Capilla Sixtina del impresionismo». Se ha comentado que es la expresión de una experiencia espiritual, como si el espejo de agua sobre el que flotan los nenúfares fuera también el reflejo de las propias figuraciones del alma del artista en busca de pureza y quietud.
En la cultura bíblica el corazón es la sede metafórica de la vida moral. Ser puro de corazón, o tener el corazón limpio, significa estar libre de falsedad y de malicia en este centro íntimo de los pensamientos y de los sentimientos. Por eso algunas versiones traducen así esta declaración de Jesús: «Felices los que tienen limpia la conciencia, porque ellos verán a Dios» (LP).
Señor, deseo verte. Purifica mi corazón para que, como el nenúfar, se mantenga siempre limpio.