«¿No han leído ustedes en la Escritura que el que los creó en el principio, «hombre y mujer los creó»?» (Mateo 19: 4, DHH).
Entre los miembros de mi familia ha circulado la idea de que yo aprendí a leer solo. Pero se trata de una mera «leyenda urbana» basada en el hecho de que, un día, con seis años, llegué a casa diciendo que ya sabía leer sin haber ido todavía a la escuela.
La verdad es que aprendí a leer con mi abuelo, que estaba sordo y vivía casi recluido en la magnífica biblioteca de su mansión, leyendo constantemente. Yo, su único nieto durante varios años, estaba fascinado por las imágenes y las historias que contenían sus libros. Para mí era cosa de magia el que las letras que llenaban las páginas se convirtiesen en sus labios en apasionantes historias, muchas de ellas surgidas como por ensalmo de una enorme y muy antigua Biblia, llena de ilustraciones.
Tras repetir mil veces: «Léeme aquí —o preguntarle— ¿aquí qué dice?», fui asumiendo poco a poco el mecanismo misterioso que convertía las letras en palabras y las frases en historias. Con el paso del tiempo aquella fascinación por la lectura, y de un modo especial, por la lectura de la Biblia, no hizo más que crecer.
Para Jesús leer las Escrituras no solo era un especial privilegio, sino una verdadera necesidad espiritual. Cuántas veces, sorprendido por la ignorancia, o por la falta de percepción espiritual de sus interlocutores, les preguntaba: «¿No han leído?». Una pregunta que contenía sin duda un velado reproche. Para él, lo más normal del mundo era que los creyentes leyesen y que, gracias a sus lecturas, estuviesen familiarizados con las Escrituras Sagradas.
Estoy convencido de que ese reproche también podría dirigirse a muchos de nosotros. Cuando era joven, mi familia solía decir que los adventistas éramos «el pueblo del Libro» pero hoy no estoy seguro de que eso nos defina. Entonces seguíamos muy gustosos el «año bíblico» y el «curso de lectura». Me da la impresión de que hoy leemos mucho menos.
Nuestra sociedad de la imagen, que pone a nuestro alcance tanta tecnología, nos distrae con mil cosas, y tristemente no se suele optar por escuchar la Palabra de Dios. Pero no tenemos excusas. Para Jesús, hoy tanto o más que entonces, no leer la Biblia es casi renunciar a disfrutar del mayor tesoro que Dios nos confía.
¿No han leído? Pues, a leer. Empezando hoy.