«Entonces Jesús les dijo: «Vayamos solos a un lugar tranquilo para descansar un rato». Lo dijo porque había tanta gente que iba y venía que Jesús y sus apóstoles no tenían tiempo ni para comer» (Marcos 6: 31, NTV).
La vida puede convertirse en un torbellino de actividades, y el trabajo puede volverse una verdadera obsesión que a veces no nos deja tiempo para nada más. Pero eso no es lo que los seres humanos necesitamos. Las partituras contienen pausas en las que no se escucha la música y, sin embargo, son parte de toda composición musical.
En la melodía de nuestra vida, la música también necesita ser interrumpida aquí y allá por pausas. Cuando se producen esos descansos de manera inesperada, a menudo pensamos que deberíamos seguir con el mismo ritmo, aunque parezca que el director de orquesta ha dejado de actuar. Pero como ocurrió con los discípulos, a veces necesitamos vivir un tiempo de silencio durante una pausa en la partitura. Puede que la pausa la cause una prueba, un esfuerzo frustrado o algún plan aparentemente fracasado que marca una interrupción repentina en nuestra vida. Acostumbrados a la acción, nos perturba tener que guardar silencio, como si faltase nuestra parte en la melodía que llega a los oídos del Creador.
Pero ¿cómo entiende el gran Maestro nuestras imprescindibles pausas? Él continúa marcando el compás con la misma precisión, y marcará el siguiente acorde como si no hubiera habido interrupción alguna.
Dios tiene un plan sabio al dirigir con amor la música de nuestra vida, mientras que nosotros nos preocupamos y desanimamos durante muchos de sus interludios. A menudo no están allí para ser ignorados ni para que abandonemos el concierto o cambiemos de partitura. Tienen un propósito que no siempre comprendemos.
Si elevamos la mirada, veremos que Dios sigue marcando el compás para cada uno de nosotros. Tenemos que aprender a vivir más confiados en todos esos silencios. Nos conviene recordar que las pausas forman parte de una obra musical. La Biblia nos recuerda que «es bueno esperar en silencio la salvación del Señor» (Lam. 3: 26, RVA15).
Si mantenemos los ojos puestos en él, sabremos retomar la melodía en el momento oportuno, sin angustias innecesarias y sin quejas absurdas. Si depositamos toda nuestra confianza en él, estaremos listos, durante la pausa, para reanudar el ritmo e interpretar nuestro siguiente fragmento de la partitura con claridad y alegría.
Señor, enséñame a descansar en ti.