Mensajero de esperanza
“Y es manifiesto que sois carta de Cristo expedida por nosotros, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne del corazón” (2 Corintios 3:3).
En 2 Corintios 3, Pablo está deseoso de que sus palabras causen impacto en la vida de los lectores. No obstante, reconoce que eso solo es posible por la actuación directa de Dios, ya que él tiene poder para alcanzar el corazón y escribir allí su Ley. Es más fácil para Dios escribir su Ley en tablas de piedra que escribirlas en el corazón humano, porque las piedras no se resisten. Una vez que la Ley queda escrita en el corazón, deja de ser una letra muerta. El papel y la piedra son transitorios. No ocurre así con la Ley escrita en el corazón y en la vida.
Pablo sabe que Dios está actuando por medio de las cartas que él escribe. Pero también sabe que el crédito por ser un instrumento eficaz pertenece a Dios, pues toda capacidad y todo don provienen de Dios.
La alianza de la salvación también es obra de Dios. En este contexto, Pablo hace una afirmación que resume la gracia divina: “Porque la letra mata, pero el Espíritu da vida” (2 Cor. 3:6) ¿Qué significa esto?
Sin embargo, la Ley condena al pecador a la muerte, porque el “alma que pecare, esa morirá” (Eze. 18:20). No obstante, el evangelio fue designado para perdonarlo y concederle vida. La Ley sentencia al transgresor a la muerte, pero el evangelio lo redime y lo hace vivir de nuevo.
El mensaje de la salvación produce esperanza, y la esperanza produce osadía para vivir y para testificar. El que ha recibido semejante don entiende y vive el evangelio de la gracia, vive con responsabilidad y se compromete a ser un mensajero de esperanza.
Todos tenemos el privilegio de comunicar al mundo los tesoros de la gracia de Dios y las inescrutables riquezas de Cristo. “No hay nada que el Salvador desee tanto como tener agentes que quieran representar ante el mundo su Espíritu y su carácter. No hay nada que el mundo necesite tanto como la manifestación del amor del Salvador por medio de los seres humanos. Todo el cielo está esperando a los hombres y a las mujeres por medio de las cuales pueda revelar el poder del cristianismo” (Elena de White, El hogar adventista, p. 431).