Esclavo para siempre
“Si compras un esclavo hebreo, este podrá estar a tu servicio por no más de seis años. El séptimo año ponlo en libertad, y no te deberá nada por su libertad. […] Sin embargo, el esclavo puede declarar: ‘Yo amo a mi señor […] no quiero ser libre’. Si decide quedarse, el amo lo presentará delante de Dios. Luego el amo lo llevará a la puerta o al marco de la puerta y públicamente le perforará la oreja con un punzón. Después de esto, el esclavo servirá a su amo de por vida” (Éxo. 21:2-6, NTV).
Gracias a incansables luchas por parte de los movimientos abolicionistas, la esclavitud ha dejado de ser algo común en gran parte del mundo.
Pero en tiempos bíblicos era un asunto que debía regirse. Aunque la esclavitud estaba lejos del ideal original para la sociedad, Dios instituyó leyes que protegieran y vindicaran a los esclavos.
Según el Talmud (Kidushin 22), el hecho de que se perforase la oreja y no otra parte del cuerpo representaba que la persona no había escuchado que Dios había declarado que los hijos de Israel eran sus siervos, no esclavos. Y debía hacerse en la puerta de la casa, porque la puerta y su dintel habían sido testigos de que Dios había liberado a su pueblo de la esclavitud en Egipto.
Si bien podemos percibir cierta lealtad de parte del esclavo que se sometía voluntariamente a su amo para vivir en esa condición prolongada, Dios nos recuerda que no es su intención que vivamos de esa forma.
Hoy quizá no haya cadenas, ni punzones, ni orejas horadadas. Y ¡qué bueno que sea así!
Sin embargo, muchas veces corremos el peligro de someter a otros a nuestra voluntad, de manipular situaciones, de sacar ventaja de los más débiles e imponer cargas difíciles de llevar.
Independientemente de nuestro estatus social, todos tenemos gente indefensa a nuestro alrededor, gente a la que podríamos considerar en situación de inferioridad.
En Patriarcas y profetas, Elena de White, haciendo referencia a los israelitas dueños de esclavos, dice:
“El recuerdo de su propia amarga servidumbre debía capacitarlos para ponerse en el lugar del siervo, guiándolos a ser bondadosos y compasivos, y tratar a los otros como ellos quisieran ser tratados” (p. 319).
Dios nos ha dado libertad, tanto al crearnos como al darnos la posibilidad de la salvación. Y hoy nos da la oportunidad de actuar con misericordia y justicia en cada ámbito de nuestra vida.