Cómo está tu conciencia
«Por eso procuro siempre tener limpia mi conciencia delante de Dios y de los hombres» (Hechos 24: 16).
¿Qué es la conciencia? ¿Es esa voz molesta que te dice lo que está bien y lo que está mal? ¿Es ese juez implacable que te condena por tus errores y te impide disfrutar de la vida? Si piensas así, estás muy equivocado. La conciencia no es tu enemiga, sino tu amiga. Es el regalo de Dios para ayudarte a crecer como persona y como cristiano. Es esa capacidad que Dios te ha dado para distinguir entre el bien y el mal, entre lo que te acerca a él y lo que te aleja de él. La conciencia es esa voz que Dios usa para hablarte al corazón y revelarte su voluntad.
Una conciencia culpable puede convertirse en una carga abrumadora para todos, especialmente para los jóvenes. Puede inhibir la claridad mental necesaria para el estudio o el trabajo, y generar un temor incluso en ausencia del peligro. Salomón afirmó: «El malvado huye aunque nadie lo persiga» (Proverbios 28: 1), haciendo alusión al efecto paralizante de una conciencia culpable. Este estado mental teme constantemente ser descubierto y ve un castigo al acecho en cada sombra. Similar a un gusano, carcome la felicidad y, en ocasiones, causa estragos en la salud física y mental.
Después de cometer un gran pecado contra el oficial de su ejército, Urías heteo, y contra Dios, David perdió la fuerza moral y la influencia necesaria para mantener en alto los elevados estándares que solía defender. Aunque Dios lo había perdonado, el recuerdo de su pecado le impedía actuar como debía. La parálisis moral de David tuvo un impacto devastador en su entorno más cercano, y desencadenó una serie de sucesos desafortunados en su familia. Uno de sus hijos se rebeló contra él y casi le arrebata el reino. Trágicamente, perdió la vida en batalla.
Como joven cristiano, debes cuidar tu conciencia como un tesoro. Tu conciencia es el termómetro de tu relación con Dios. ¿Qué estás haciendo para mantenerla limpia y en paz con Dios y con los demás? Escúchala con atención, obedécela con prontitud y aliméntala con la Palabra de Dios. Confiesa tus pecados, pide perdón y busca la reconciliación. Evita todo lo que pueda dañarla. Así podrás vivir una vida plena y feliz, que honre a Dios y sea de bendición para otros.