La respuesta de Newton
«Pues lo invisible de Dios se puede llegar a conocer, si se reflexiona en lo que él ha hecho» (Romanos 1: 20).
Sir Isaac Newton, además de ser un gran científico, era un profundo creyente en Dios. En cierta ocasión, un científico escéptico visitó la oficina de Newton y encontró en su escritorio una miniatura del sistema solar. Al girar una manivela, los planetas comenzaban a girar alrededor del sol. Después de observar el funcionamiento ese aparato, el científico preguntó a Newton:
—¿Quién hizo esta maravilla?
Sin levantar la vista del libro que estaba leyendo, Newton respondió que nadie la había hecho.
—Creo que no me entendiste bien. Te estoy preguntando que quién construyó esto.
Newton levantó la cabeza y aseguró a su amigo que nadie lo había hecho, que simplemente había asumido esa forma por casualidad.
El incrédulo le preguntó a Newton si lo estaba tomando por loco, a lo cual el sabio respondió poniendo una mano en su hombro:
—Esta es solo una humilde imitación de un sistema mucho más grande que tú conoces y yo no puedo convencerte de que este juguete no tiene un autor y, sin embargo, tú crees que el original en el que se basa esta reproducción ha surgido sin un diseñador ni un constructor. Dime, ¿cómo llegaste a conclusiones tan contradictorias?
Esta anécdota nos muestra la incongruencia de negar la existencia de Dios cuando vemos las maravillas de su creación. El apóstol Pablo afirmó: «Pues lo invisible de Dios se puede llegar a conocer, si se reflexiona en lo que él ha hecho. En efecto, desde que el mundo fue creado, claramente se ha podido ver que él es Dios y que su poder nunca tendrá fin. Por eso los malvados no tienen disculpa» (Romanos 1: 20).
Dios nos ha dado evidencias suficientes de su realidad y su gloria en la naturaleza y en la historia. ¿Qué aspectos de la naturaleza te hacen maravillarte y reconocer la grandeza de Dios como su Creador? ¿Qué evidencias de la existencia de Dios encuentras en el orden y la complejidad de los sistemas naturales?
Que tu vida sea un constante acto de adoración «al que hizo el cielo y la tierra, el mar y los manantiales» (Apocalipsis 14: 7).