Matutina para Jóvenes, Martes 11 de Mayo de 2021

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La importancia de los silencios

“Bueno es esperar en silencio la salvación de Jehová” (Lam. 3:26).

¿Alguna vez te has preguntado qué pasaría si no hubiera pausas entre las palabras? ¿Si habláramos de corrido sin respirar, sin usar comas, puntos suspensivos y puntos finales?

Así como sucede en un idioma, en la música también hay pausas. Estas son tan importantes como los sonidos. Sirven para generar tensión o relajación, para separar frases y marcar momentos decisivos.

Si estás familiarizado con las nociones básicas de la música, seguramente sabrás que cada figura musical representa la duración de un sonido, y que hay silencios para cada una de ellas, equivalentes a su misma duración. Cada uno tiene un símbolo particular que le permite al músico saber cuándo parar.

John Ruskin hizo una interesante alegoría de la vida cristiana con la música. Él decía que no hay música durante los silencios musicales, pero que estos forman parte de la composición.

En la melodía de nuestra vida, la música está separada aquí y allá por silencios. Durante esos silencios, podemos correr el riesgo de creer que hemos llegado al final de la canción.

Dios nos envía un momento de reposo forzado al permitir la enfermedad, planes frustrados y esfuerzos que no llevan a más que desilusión. Él permite una pausa repentina en los himnos de nuestra vida, y muchas veces nos quejamos al ver que nuestras voces quedan silenciadas. Nos lamentamos al ver que nuestra parte no aparece en la música que continuamente se eleva hasta el oído de nuestro Creador.

Pero ¿cómo lee el músico los silencios? Cuenta el valor de ese respiro con resuelta precisión y ejecuta su próxima nota con confianza, como si nunca hubiese habido una pausa allí.

Dios no escribe la música de nuestra vida sin un plan. Nuestra parte consiste en aprender la melodía y no desanimarnos durante los silencios. No debemos deslizarnos por encima de ellos ni omitirlos. Tampoco debemos usarlos para alterar la melodía o para cambiar la tonalidad. Si tan solo mirásemos hacia arriba, Dios mismo nos daría el tempo y contaría cada pulso.

En una orquesta también es importantísimo aceptar que, mientras uno tiene silencios, otros no. Así se da el equilibrio, se forma el clímax, se escuchan solos hermosos y se valora cada sonido.

Dios escribe una hermosa partitura orquestal que involucra no solo nuestra vida, sino la de muchas personas más.

Prestemos atención a su batuta, respetemos sus indicaciones y haremos algo hermoso de nuestra vida.

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