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«Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, y la hermana de su madre, María, esposa de Cleofás, y María Magdalena» (Juan 19:25)
Aquel viernes negro, cuando Jesús fue crucificado, la Biblia relata que varios de sus seguidores presenciaron su muerte, destacándose entre ellos la presencia de una mujer que lloraba en silencio. Aquella mujer era María. ¿Por qué María no dijo nada mientras crucificaban a su hijo?
Imagino que María recordó que aproximadamente treinta y tres años antes, el ángel Gabriel le había dicho: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Dios altísimo se posará sobre ti. Por eso, el niño que va a nacer será llamado Santo e Hijo de Dios» (Luc. 1:35). Aunque los judíos consideraban a Jesús como un hijo de fornicación (ver Juan 8:41), María conocía la verdad. Solo ella sabía a ciencia cierta que Jesús había nacido de una virgen. Por eso callaba.
A los doce años, después de haber celebrado la Pascua, el niño Jesús había permanecido en el Templo durante tres días. Al recibir el reclamo de sus padres terrenales, Jesús respondió: «¿No sabían que tengo que estar en la casa de mi Padre?» (Luc. 2:49). Al pie de la cruz, si alguien sabía quién era el «Padre» y cuál era la misión del Hijo, ese alguien era María. Por eso lloraba en silencio.
Hoy el mundo parece ignorar quién es Jesús. Para muchos es un simple maestro moral, un campesino revolucionario o uno de varios caminos. En momentos como esos, dejemos que el silencio de María hable.
¿Por qué no pidió misericordia para su hijo? Al pie de la cruz tenemos a una madre judía que esperaba la venida del Mesías, viendo cómo su hijo agonizaba, no por organizar una revuelta, no por enseñar a amar a los enemigos. Jesús fue llevado a la cruz porque decía ser Dios hecho carne (Juan 10:33), perdonaba pecados (Mar. 2:5-7) y recibía la adoración de la gente (Juan 9:38). María no protestó porque sabía quién era Jesús. El silencio de María ante la crucifixión es un testimonio tan poderoso hoy como lo fue en aquel entonces.
María guardó silencio porque sabía que ese bebé que había besado, ese niño que había cuidado no era un gran maestro moral, ni mucho menos un profeta. Era Dios mismo, el gran YO SOY, hecho carne, el Mesías prometido. María sabía quién era Jesús. ¿Lo sabemos nosotros?