«El iracundo comete locuras, pero el prudente sabe aguantar» (Prov. 14:17, NVI)
Entre el 31 de agosto y el 13 de septiembre de 2020 tuvo lugar la edición 140 del Abierto de Tenis de los Estados Unidos. Al inicio del torneo, se anticipaba que el número uno del mundo, el serbio Novak Djokovic, lograría una victoria contundente, dado que Rafael Nadal y Roger Federer, clasificados como número dos y tres respectivamente, no participaron en el evento. Sin embargo, sorprendentemente, Djokovic fue descalificado en la primera ronda.
El incidente ocurrió después de que su oponente, Pablo Carreño Busta, ganara un set por 6-5. El número uno del mundo no pudo contener su frustración y golpeó una pelota. Aunque Djokovic no pareció apuntar en ninguna dirección específica, la pelota impactó a la jueza de línea, aparentemente cerca de la cara, haciendo que la mujer cayera al suelo. A pesar de las disculpas de Djokovic, tras una extensa conversación con los oficiales del torneo, finalmente fue descalificado. La falta de control en un momento de ira le costó el torneo.
La historia está repleta de ejemplos que demuestran lo costoso que puede ser gestionar mal la ira. Un caso particular es el de Moisés. La Biblia no oculta que el llamado «hombre más humilde del mundo» (Núm. 12:3) enfrentaba un serio problema de temperamento. En Éxodo 11:8 leemos que «muy enojado, Moisés salió de la presencia del faraón». Airado por la idolatría del pueblo, quebró las tablas del testimonio (Éxodo 32:19). En Levítico 10:16 se enoja con Eleazar e Itamar porque no comieron el macho cabrío de la expiación. En Éxodo
16:20 se enojó con algunos del pueblo que guardaron maná para el día siguiente. En Núm. 16:15 se enojó contra su primo Coré y en Números 31:14 contra los capitanes del ejército. Por último, en un arrebato de ira, golpeó la roca a la que solo debía hablarle (Núm. 20:11). Como resultado, perdió el derecho de entrada a la tierra prometida.
Aunque la ira forma parte de nuestras emociones habituales, si se escapa de nuestro control puede acarrear graves daños tanto al que se enoja como a quienes los rodean. Por eso Pablo nos aconseja: «Arrojen de ustedes la amargura, el enojo, la ira, los gritos, las calumnias y todo tipo de maldad» (Efe. 4:31, NBV).