El Pentecostés
“El día siguiente al séptimo día de reposo, se completarán cincuenta días. Entonces presentarán al Señor su ofrenda de trigo nuevo” (Levítico 23:16).
La palabra “pentecostés” significa cincuenta. Este era el nombre de esta fiesta porque se celebraba cincuenta días después de la Pascua. También se la conocía como la fiesta de la Cosecha o la fiesta de las Semanas. Además de los animales que se sacrificaban, ese día se ofrecían dos panes de trigo con levadura. Este ingrediente tenía un significado positivo, pues representaba el crecimiento, el poder y la expansión del pueblo de Dios en Canaán.
La fiesta celebraba la gran cosecha definitiva, y fue cumplida cuando los seguidores de Jesús, que estaban en el aposento alto, recibieron el Espíritu Santo. Eso marcó el crecimiento increíble del cristianismo. Durante todo su ministerio, Jesús sembró la semilla de la verdad. Cuando murió, regó la tierra con su sangre; y siete semanas después, los discípulos levantaron la cosecha de personas que lo reconocieron como Dios. ¡Jesús sembró y los discípulos cosecharon!
El Pentecostés se cumple en nuestra vida cuando recibimos el Espíritu Santo. Jesús les ordenó a sus seguidores que no se fueran de Jerusalén a predicar el Evangelio hasta que descendiera el Espíritu Santo sobre ellos. Si se hubieran atrevido a ir a predicar antes, hubiera sido como ir a la guerra sin armamento: ¡Una derrota total! El descenso del Espíritu era la señal de que había sido aceptado en el Cielo el sacrificio perfecto de Cristo por nosotros. En consecuencia, el grupo de creyentes recibió dones para equipar a la Iglesia, y así cumplir la misión.
El Espíritu sigue siendo indispensable hoy. Ninguno puede llamarse cristiano si no tiene el Espíritu. El apóstol Pablo afirmó: “Los que son guiados por el Espíritu de Dios, son hijos de Dios” (Rom. 8:14). El Espíritu produce en nosotros su fruto, nos habilita para servir con los dones y nos da poder para testificar del amor de Jesús.
