
Y, sin embargo…
“Los hijos son un regalo del Señor; son una recompensa de su parte” (Salmos 127:3).
Ayer estudiamos acerca de la influencia positiva que una abuela puede llegar a tener en sus nietos. Hoy veremos que no es recomendable dejar en manos de una abuela la educación de los hijos en tanto que la madre vive. Mauricio solía pasar demasiadas horas en casa de sus abuelos mientras sus padres trabajaban. La amorosa abuelita le preparaba únicamente lo que al niño le apetecía y el pequeño podía andar por toda la casa haciendo lo que le viniera en gana. De manera que, cuando Mauricio estaba en casa con sus padres, quería mantener el mismo comportamiento y ahí comenzaban los problemas y las frustraciones del niño, así como los dolores de cabeza de los padres. En varias ocasiones, al no poder hacer su voluntad, dijo decididamente a sus progenitores: “¡Me voy a ir a vivir con mis abuelos!” ¿Te suena familiar?
Nadie duda del amor que los abuelos sienten por sus nietos, aunque, en ocasiones, ese amor puede cegarlos, de manera que no distinguen la diferencia entre educar y consentir. La encomienda de educar hijos ha sido puesta intransferiblemente sobre los hombros de los padres. Elena de White, una escritora reconocida, afirma: “Tengan cuidado de no entregar el gobierno de sus hijos a otros. Nadie puede adecuadamente tomar el lugar de ustedes en esta responsabilidad dada por Dios. Muchos hijos han sido completamente arruinados por la interferencia de parientes o amigos en el gobierno del hogar. Las madres nunca debieran permitir que sus hermanas o madres interfieran en el debido manejo de sus hijos. Aunque la madre haya recibido la mejor educación posible de su madre, sin embargo, en nueve de diez casos, como abuela echará a perder a los hijos de su hija al complacerlos y alabarlos con poco juicio”.7
El salmista dice: “Los hijos son un regalo del Señor”. Es decir, tú fuiste el regalo de Dios para tus padres. Si tienes hijos, ellos son tu regalo y cada quien debe hacerse cargo de cuidar su regalo. A menos que una madre no esté en condiciones o no tenga la capacidad moral, física o psicológica para guiar a sus hijos por el buen camino, nadie más debe ocuparse de esa importante tarea. La buena noticia es que Dios, que te los regaló, puede ayudarte en la educación de tus hijos.