Matutina para Mujeres | Domingo 31 de agosto de 2025 | Inteligencia humana versus sabiduría divina

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Matutina para Mujeres

«El temor del Señor es la base de la sabiduría.

Conocer al Santo da por resultado el buen juicio» (Proverbios 9:10).

Mileva Maric nació en 1875 y, pronto, demostró gran habilidad en física y matemáticas. En 1890, se graduó en esas materias con el mejor promedio y ello le permitió ser aceptada como estudiante en un colegio privado. Allí se le otorgó un permiso especial para asistir a clases de física, ya que aquello solo estaba reservado para

los varones. En 1896, estudió en Suiza, en el Instituto Politécnico de Zúrich, donde conoció a un joven del que quedó enamorada. Ambos tenían pasión por la física, y ella le ayudaba con las matemáticas.

La vida de Mileva prometía mucho; estaba dotada de una gran inteligencia y todo indicaba que sería una gran científica. En 1901, las actividades con su novio pasaron de las cartas y los estudios de física a otro nivel personal, motivo por el cual pronto quedó embarazada. El nacimiento de su hija obligó a Mileva a dejar sus estudios y no pudo terminar su doctorado.

En 1903, contrajo matrimonio con su novio, el padre de su hija, con quien tuvo más adelante otros hijos, uno de ellos con graves problemas de esquizofrenia y a quien dedicó toda su vida. El entorno matrimonial de la pareja pronto perdió su encanto y comenzaron los problemas, lo que la llevó a separarse de su esposo en

1913. Para 1919, firmó los papeles del divorcio para que su esposo pudiera casarse de nuevo.

En 1921, Albert Einstein, quien fuera esposo de Mileva, ganó el premio Nobel, y a él se le atribuye la teoría de la relatividad. Sin embargo, basados en el contenido de las cartas que se enviaban, sus biógrafos discuten que el mérito fue más de ella que de él. Lo único que Mileva recibió fue la parte del dinero del premio Nobel que Albert le dio. Murió en 1948 y su nombre ha sido escasamente nombrado en la historia.

Estoy segura que esa no era la historia que Dios quiso escribir para Mileva. Desde que nacemos, él tiene planes de bien y no de mal para sus hijos. Sin embargo, el confiar en nuestros propios caminos e inteligencia siempre nos llevará a un final que no hubiéramos deseado. No basta con ser inteligentes, los mejores destinos están formados por las decisiones que se toman con la sabiduría divina.

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