No tomes como referencia las cosas efímeras
“Señor, hazme saber mi fin, y cuál es la medida de mis días, para que yo sepa cuán efímero soy”. David, el Salmista
En El Principito de Antoine Saint-Exupéry, leemos:
“El Principito quiso registrar su flor, pero el geógrafo le dijo: “No registramos flores, porque no se pueden tomar como referencia las cosas efímeras”. Cuando el Principito escuchó esto, se entristeció mucho. Se había dado cuenta de que su rosa era efímera”.
Estas palabras me llevan a reflexionar: ¿Será que tomo como referencia en mi vida las cosas efímeras? ¿Existe algo permanente, firme y sólido, sobre lo que pueda sentar las bases de mi existencia, también efímera? Rotundamente sí: existen dos cosas que no son efímeras, y que constituyen la única base sólida sobre la cual apoyar toda nuestra existencia. Esas dos cosas son Dios y su Palabra.
- Dios, el gran “Yo soy”, cuyos “caminos [son] más altos que nuestros caminos y [sus] pensamientos, más que nuestros pensamientos” (Isa. 55:9, RVR95), que “declara el fin desde el principio” (Isa. 46:10, LBLA). “El Dios Santo pregunta: “¿Con quién me van a comparar ustedes? ¿Quién puede ser igual a mí?”. Levanten los ojos al cielo y miren: ¿Quién creó todo eso? El que los distribuye uno por uno y a todos llama por su nombre” (Isa. 40:25, 26). “El creador del cielo, el que es Dios y Señor, el que hizo la tierra y la formó, el que la afirmó, […] dice: ‘Yo soy el Señor, y no hay otro’ ” (Isa. 45:18). Dios, que “es el mismo ayer y hoy y siempre” (Heb. 13:8), que es “la resurrección y la vida” (Juan 11:25); y “en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hech. 4:12, RVR60).
- Y su Palabra, que “es eterna” (Sal. 119:89, 93). “La Palabra de nuestro Dios permanece firme para siempre” (Isa. 40:8). “Y esta Palabra es el evangelio que se les ha anunciado a ustedes” (1 Ped. 1:25). “En tu Palabra se resume la verdad” (Sal. 119:160). “El cielo y la tierra pasarán, mas mis palabras no pasarán” (Mat. 24:35).
He ahí lo único que no es efímero, sino permanente: Dios y la revelación que de sí mismo hace en su Palabra, escrita en el idioma humano. Lo único que no se tambalea en función de las circunstancias ni cambia con el tiempo. Por eso, al contrario que el Principito, nosotras tenemos hoy dos razones para estar más que alegres.
“El hombre, como la hierba son sus días; […] mas la misericordia del Señor es desde la eternidad hasta la eternidad, para los que le temen” (Sal. 103:15-18, LBLA).