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«Todos sus vecinos y parientes se alegraron al enterarse de que el Señor había sido tan misericordioso con ella» (Lucas 1:58).
Para delimitar hasta dónde llegan los metros de nuestra propiedad, se han inventado las bardas o cercos. Ya sean de concreto, madera o metal, altas o bajas, se dejan ver circundando las casas. En la mayoría de los casos, las bardas son hechas con el propósito de que los ladrones no puedan traspasarlas. Sin embargo, en nuestra comunidad, esas bardas físicas no deberían representar bardas emocionales. En lo que respecta a nosotros, deberíamos mostrar empatía con nuestros vecinos, aunque obviamente sin invadir su intimidad.
En ocasión del nacimiento de Juan, los vecinos se alegraron por el maravilloso regalo que Elisabet había recibido y estuvieron presentes cuando fue circuncidado. Existe una narración similar en el Antiguo Testamento registrada en el libro de Rut. Cuando el hijo de Rut y Booz nació, las vecinas fueron a su casa para regocijarse con ella. Es muy probable que fuera una buena costumbre de la antigüedad.
No era un simple «felicitaciones», sino que iba más allá de un mero gozo. El teólogo adventista Raymond F. Cottrell lo describe así: «Un interés amable y genuino en los gozos y dolores de otros es una virtud cristiana fundamental. En realidad, es la base sobre la cual descansan todas las relaciones correctas con nuestros prójimos. Interesarse por el bienestar de otros es el resultado práctico de la ley de Dios en el corazón, de esa clase de amor que es el cumplimiento de la ley. No podemos ser seguidores del Maestro a menos que estemos listos y dispuestos a ‘gozarnos con los que se gozan’ y a ‘llorar con los que lloran’ «.
Querida amiga, estar rodeados de vecinos que profesan una fe distinta a la nuestra es una excelente oportunidad para testificar del amor del Dios a quien seguimos. Derribemos las cercas de la indiferencia, los chismes, los pleitos en que las vecindades están sumergidas y cambiemos las etiquetas. Vuelve a leer la cita del párrafo anterior y pide en oración al Señor que te haga una vecina amable, genuina y dispuesta a ser las manos y los pies de Jesús en este mundo necesitado. Conviértete en una vecina de esperanza.