
Dos tristezas distintas
“La tristeza que proviene de Dios produce arrepentimiento para salvación, y de ésta no hay que arrepentirse, pero la tristeza que proviene del mundo produce muerte” (2 Corintios 7:10, RVC).
En la cárcel donde asistíamos cada noche a una serie evangelística, se podían observar dos grupos de prisioneros. En la convivencia con ellos se escuchaban diversas historias, desde acusados inocentes y sentencias inmerecidas, hasta los más oscuros crímenes imaginados. Todos estaban arrepentidos de sus actos, pero un grupo mostraba el arrepentimiento que viene de Dios, ya que cada noche se congregaba en el patio para escuchar su Palabra con un corazón anhelante de perdón. El otro grupo, que también estaba arrepentido, tan solo albergaba ese sentimiento por el hecho de estar privado de su libertad, pero decidían quedarse en sus celdas en lugar de acudir a la reunión. El sábado, al concluir las actividades, un grupo grande experimentó el gozo del arrepentimiento para salvación al bajar a las aguas del bautismo. Por otro lado, esa misma noche, se armó un disturbio en el otro grupo de reos y, como resultado, muchos de ellos murieron.
Un marcado ejemplo bíblico lo encontramos en la vida de Pedro y Judas. Ambos habían caminado con Jesús, ambos habían sido testigos de sus milagros, pero los motivos que del corazón pronto quedarían expuestos. Uno lo vendió y el otro lo negó. Ambos habían fracasado en la prueba y su pecado era igual de grande. Sus arrepentimientos fueron movidos por dos fuerzas muy diferentes. Pedro, al ver el sufrimiento de Jesús, sintió la tristeza de su pecado y se arrepintió para salvación, dando como resultado una vida completamente transformada al servicio de su Maestro. Por otro lado, Judas, al ver que Jesús no se liberaba de sus opresores, también sintió tristeza, pero esta estuvo producida por el orgullo, por la vergüenza, por el “qué dirán” y, como consecuencia, acabó con su propia vida.
No es muy distinto ahora. Muchas personas dejan cartas pidiendo perdón a sus seres amados por sus actos incorrectos. Al sentir la tristeza del mundo, su remordimiento los lleva a la muerte. Todos, en algún momento de nuestra vida, cometemos errores, le fallamos a Dios, a nosotras mismas y a nuestros seres amados. La buena noticia es que, si vamos a Jesús y depositamos nuestra tristeza en él, su Santo Espíritu nos orientará al verdadero arrepentimiento, el cual conduce a la salvación.