
«Tal vez no sea una cuestión de conciencia para ustedes, pero lo es para la otra persona. Pues, ¿por qué tendría que ser restringida mi libertad por lo que piense otra persona?» (1 Corintios 10:29).
Durante el siglo XVII, en Inglaterra, nació un grupo de personas que anhelaba volver a la pureza y sencillez del cristianismo primitivo. Sin embargo, era poco lo que podían hacer ya que la iglesia estaba sostenida por el poder civil y no se permitía a nadie emitir una opinión distinta respecto a las formas de adoración. Asistir a la iglesia era una obligación legal y nadie podía reunirse para celebrar cultos fuera de lo establecido por la ley, a menos que quisieran morir, ser desterrados o ir a prisión.
Con esfuerzos incansables, pérdidas y diversas dificultades, los primeros reformadores ingleses hallaron refugio en Holanda. En esa tierra extraña, las penalidades no terminaron, pero ninguna pena se comparaba al regocijo de poder tener libre comunión espiritual con Dios. Más tarde, dirigidos por el Espíritu Santo, dejaron Holanda para ir al Nuevo Mundo. «El deseo de libertad de conciencia fue lo que inspiró a los peregrinos para exponerse a los peligros de un largo viaje a través del mar […] y con la ayuda de Dios echar los cimientos de una gran nación en las playas de América».
Aquel fue el principio de la libertad religiosa. El credo romano les había enseñado que la iglesia tenía derecho de regir la conciencia. Sin embargo, ellos estaban seguros que aquello era un asunto que solo le incumbía a Dios. Pasados once años, después de haber fundado, en América, la primera colonia con libertad religiosa, llegó Rogelio Williams en busca de esa libertad. Había huido de Inglaterra para salvar su vida, pues no estaba de acuerdo con que el estado obligara a las personas a practicar cierta religión o asistir a los cultos a la fuerza. Fue el fundador de Rhode Island, primer estado en reconocer la libertad religiosa. Rogelio William sostuvo el principio fundamental de que «cada hombre debía tener libertad para adorar a Dios de acuerdo con el dictado de su propia conciencia».
Se pagó un precio muy alto para que hoy todas las denominaciones tengan libertad religiosa (con excepción de algunos países) y, sin embargo, cuán poco valor se le da. No sufrimos persecución (todavía) por reunirnos en las iglesias y, a pesar de ello, en ocasiones están vacías. Valoremos este privilegio que hoy gozamos y hagamos buen uso de nuestra libertad de conciencia y religiosa.

